viernes, 14 de agosto de 2009

Historias de la taberna (III)

Aquella tarde le confesó una vez más al tabernero entre sollozos y mocos de borracho, que el único amor de su vida se quedó a morir en Stalingrado en el invierno del cuarenta y dos. El mismo invierno en el que una fría tarde la bayoneta del oficial alemán que intentó violarla le desabrochara la cara de un tajo en la comisura, segando a ras de cielo buena parte de la dentadura. El mismo invierno en el que se le fue media mano descerrajándole una ráfaga en los huevos a aquel hijo de puta, dejándose en el humeante gatillo tres dedos congelados que sólo echó de menos cuando más tarde intentó liar un cigarrillo con la saliva prestada del cabo de guardia. Nunca olvidará sus hermosos muslos asustados, pálidos, inseguros como la nieve que se fundía bajo sus carnes prietas. Ni su mirada sin asco cuando le recompuso el rostro con sus propias manos sujetándole los colgajos con un jirón de su falda empapado en frío. Ni la prisa abreviada a balazos de su cuerpo medio desnudo alejándose a la carrera.

Cuando Pascual el Dientoro se ponía patético, era mejor alegrarle la tristeza mirándole a los ojos para estar allí cuando los abriera y esbozara su sonrisa tabaco y oro. Porque entonces, muchacho, entonces, aquel viejo casi centenario soltaba una carcajada que erizaba la espuma de la cerveza, daba un puñetazo en el mostrador con el muñón descorazonado de su diestra, y le zampaba un beso en la boca a quienquiera que tuviera enfrente. A veces, sólo a veces, tenía éxito y le caía una buena hostia que Pascual encajaba agradecido. Y entonces cerraba de nuevo los ojos recordando extasiado cómo le reventó las criadillas a aquel cerdo. Y se le escapaba una lágrima. Sólo una. Porque a su edad, ni el recuerdo duele ya si no se le echa una mano.

10 comentarios:

mangeles dijo...

Vaya historia terrible que tiene el Dientoro a sus espaldas.

Cuando era niña, también había hombres en mi pueblo, que habían estado en la División Azúl....y a otro lo llamaban El Legionario...y había otro, que había perdido por lo que parece la cabeza, y se vestía siempre de uniformes de diferentes ejércitos, con medallas..

En fin...que parece que por toda España, hay ciudadanos de aquellos...que se dejaron girones por las europas, como muchos otros de fuera, se los dejaron antes en España.

Excelente escrito. Se presiente el frió, se ve la ascena...sobre todo el "asco" al recopener la cara...ufff...

Besos Tato, y ponme una cervezita fresca, para pasar el mal trabo.

Er Tato dijo...

Bueno, querida Mangeles, haber pertenecido a la División Azul no es, en mi opinión, algo de lo que sentirse precisamente orgulloso. Luchar voluntariamente al lado de los nazis...

Otra cosa es que aquellos combatientes, más allá de sus convicciones políticas, fueran unos valientes. Ya me gustaría a mí tener en este bando -aunque ahora me viene a la memoria lo que contestó el genial maestro Rafael El Gallo cuando le preguntaron por la guera civil: Pues no sé qué decirte, la gente de un lado y la del otro están haciendo unas cosas, que ya no sé quiénes son los malos y quiénes son los míos-, decía que ya me gustaría a mí tener en este bando gente con esa entrega personal.

Ahí va esa cervecita helada. Más tarde te pongo unas sardinitas, que ahora no son horas.

Besos, guapetona.

Capitán dijo...

Sigues mejorando en las descripciones, la historia de hoy es fantástica, me vendría bien un Arenas para disfrutarla con calma.

Por cierto, busca alguna novela de Sven Hassel, te sorprendería.

Un abrazo

Er Tato dijo...

Muchas gracias, mi Capitán. Ahí va un Arenas extraseco, para hombres curtidos y mujeres de mala vida.

No conozco a Sven Hassel. No será familia de Sven el Pichita ¿no? Tomo buena nota, pero ¿alguna novela en concreto?.

Un abrazo

Capitán dijo...

Ninguna novela en concreto, no las tengo en casa, las leí hace años y las presté, por lo que ya las he dado por perdidas, pero es un antiguo soldado danés enrolado en el ejército alemán y sus novelas son duras, quizá no muy buenas, pero me recuerdan algo a las historias de la taberna, quizá las escribió en otra taberna.

Un abrazo

Javier Sánchez Menéndez dijo...

LO del el Arenas, me ha llegado al alma.

mangeles dijo...

Cuando yo era niña, y la democracia era una cosa de paganos, y el Caudillo no se iba a morir nunca....esos hombres presumían de su pertenencia a la División Azúl...

Obviamente, no hay duda de que no es para sentirse nada orgullosos.

¿Que es un Arenas?

Un beso

Er Tato dijo...

Bueno, la verdad es que ese tipo de literatura no me atrae demasiado, ni la he leído nunca, pero intentaré leer alguna novela de Sven. Por curiosidad, mi Capitán, sólo por curiosidad.

¿Y eso Javier?

Un Arenas es una famosa marca de aguardiente de un pueblo onubense, Zalamea la Real - aveces se pide simplemente un zalamea-, cercano a las minas de Riotinto. Los hombres del lugar siempre piden una manguara (man water), reminiscencias claras de la influencia inglesa en la época de esplendor de las minas.

Abrazos y besos

Juanma dijo...

"sonrisa tabaco y oro"...oohhhhhh, tremendo.
"segando a ras de cielo buena parte de la dentadura"...impagable.

En fin, ya sé que lleva esta historia publicada varios días. Le he leído tantas veces como días lleva aquí. La leo alucinado.

Un abrazo.

Er Tato dijo...

Bueno, Juanma, un simple gracias se queda muy corto, sobre todo después de esto, así que tendremos que vernos las caras un día de estos y tomarnos un par de esos vinos negros cada media hora, hora arriba, hora abajo, hasta que se canse la noche.

Un abrazo