¡Pedro, el oculista ha salido corriendo otra vez!, gritó histérica mi mujer desde la consulta. Abrí la puerta a tiempo de alcanzar a ver cómo se arrojaba por la ventana del segundo piso espoleado por el terror y envuelto en su bata blanca. Siempre que a Lola le tocaba revisión, ocurría lo mismo. En cuanto le dilataban la pupila, el pánico los paralizaba unos segundos y escapaban aterrorizados. Allá, en el fondo de ojo de aquel oscuro túnel ahora enorme, se apreciaba con tremendo realismo la tenebrosa escena del lienzo de su antepasado Valdés Leal, In ictu oculi. Extraño lugar para tan misterioso antojo.
(Dedicado a mi querido aguaó, un historiador de arte. Y del arte.)
1 comentario:
Personalísimo (valga la palabrota) relato, querito Tato. ¡Coño! Relato/Tato...que rima más así.
Tiene el relato, Tato, algo de desesperación, de impotencia. Tiene verdad.
Que está escrito de puta madre es algo que aquí se da por descontado.
Un fuerte abrazo.
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