La cena se enfriaba en la mesa mientras su paciencia agonizaba. No era la primera vez, pero nunca había tardado tanto. Se sirvió otro bourbon, el tercero, y cerró los ojos para aguzar el oído. Nada. Decían de él que era un poco maniático. ¡Bah!, pura envidia, pensó. Cuando intuyó su vuelta, asomó un ojo sin pestañear, le asestó un golpe seco con la mano de par en par y sonrió satisfecho a pesar del estropicio. Aplastada sobre el mantel, junto al cuenco derramado de caviar iraní, apenas si podía distinguirse la oscuridad impertinente de la mosca. Por fin, como todas las noches, podría cenar a solas.
El asombro de Adán
Hace 7 horas
6 comentarios:
"Lo del caviar fue una verdadera pena... era el ultimo de la despensa. ¡Para una vez que tenia compañia...!"
Vuelva a disculparme, mi señor Tato... me resulta irresistible.
Pero que original eres con tan poco dices tanto, ay tato, tato.
Un abrazo. Algo fresquito por favor que me voy a quedar un rato.
Triste el sonido que escucha por última vez una mosca... :) En realidad, se marchan entre aplausos :) Un abrazo.
Siempre me sorprendes. Me ha encantado tu relato. Besos, Pilar
Me encantan los desenlaces de tus relatos.
Disculpada quedas, Maile. Faltaría más.
Se hace lo que se puede Karol_a. ;-)
Muy agudo, Lisset, muy agudo. Con tu permiso, tomo nota de la idea.
Cuando sea incapaz de sorprender, Pilar, dejaré de escribir micros.
Los finales, María, pueden mejorar un relato, pero nunca hacer bueno uno mediocre. Espero que los míos anden más o menos equilibrados...
Por cierto, hoy sois todas damas, así que besos a discreción.
P.S.: ¿Qué pasa, que a los tíos no os ha gustado? ;-)
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