lunes, 9 de junio de 2008

Despiértense del sueño

Cuando uno vive por encima de sus posibilidades, tarde o temprano termina cayéndose del guindo. Durante años, el déficit exterior ha estado financiando el consumo interno. Algo así como una familia mileurista que se gasta todos los meses mil doscientos euros porque un vecino le presta el exceso de gasto. Hasta que al vecino le hace falta el dinero o empieza a sospechar que esa no es una buena inversión. Entonces, la familia se queda con la deuda acumulada -que por supuesto debe pagar-, y tiene que recortar drásticamente sus gastos.

Cuando uno es tan dependiente del exterior respecto de la energía y no ha tomado medidas para reducir esa dependencia -por ejemplo, impulsando la energía nuclear-, se queda al albur de circunstancias que no controla. Después, lo fácil, lo cómodo, es decir, a grito limpio y con rostro compungido, que uno no es responsable de los problemas. Que son el resultado de esas circunstancias que no controla. Así, el efecto de mi ineptitud se convierte en justificación de mi impotencia, eximiéndome de culpa.

Ahora, aquellos sectores cuya materia prima principal es un derivado del petróleo se ponen en huelga. Pescadores, transportistas, taxistas... Y piden que el Estado haga algo. ¿Más? Ya tienen ventajas fiscales y subvenciones que alejan el precio de sus productos o servicios de los precios reales.

Tarde o temprano, enmascarar el precio de las cosas pasa factura. Se entra en una espiral de la que es difícil salir. Se subvenciona a un determinado sector con nuestros impuestos para que el precio final no refleje el coste real. Se confunde al consumidor manipulando el mejor indicador de escasez relativa, impidiéndole tomar decisiones racionales. Se pierde la noción de que entre todos, adquiramos o no ese producto, estamos pagando una parte de él. En esas condiciones, la economía pierde eficiencia porque no se asignan correctamente los recursos del país. Se desperdician en producir bienes que aparentemente son competitivos, cuando están lejos de serlo y podríamos comprarlos a quienes los producen más baratos que nosotros. El proteccionismo, en el amplio sentido del término, es pan para hoy y hambre para mañana. Y en estos tiempos en los que a los países ricos se les llena la boca de solidaridad con los países pobres -aquéllos que ahogan la agricultura y la incipiente industria de éstos con su proteccionismo cómplice y descarado-, nos conformamos con darles una limosna para tender al viento nuestra conciencia después lavarla. En nuestra lavadora ecológica último modelo de máxima eficiencia energética, por supuesto.

Cuanto antes despertemos de nuestro dulce sueño, antes emprenderemos la dirección correcta. La historia de la humanidad muestra que los mayores avances nunca se han producido desde la comodidad del sofá, sino desde el ruído incómodo de un estómago vacío. Ya saben, el hambre agudiza el ingenio.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Ya, pero ni los pescadores ni los transportistas ni los taxistas tienen culpa de que no se haya invertido más en otras formas de energía.
Cuando hay un desastre el Estado (yo no me incluyo que todavía no cotizo) ayuda de manera protectora a quienes lo necesitan, al menos durante un tiempo, hasta que se produce una recuperación y la gente deja de unirse para protestar.
Pues lo de la gasolina se puede convertir en un desastre y, en mi opinión, creo que habrá que poner medidas.
No creo tampoco que los trabajadores de esos sectores vivan por encima de sus posibilidades, aunque haya gente para todo: a todos nos gusta dormir bajo un techo y comer. Lo malo es que esos derechos se están convirtiendo en un lujo.
Besos de una humilde opinadora.
Sí, ya me pongo a estudiar. Ar!