La tomé en mis brazos y acaricié sus caderas con los ojos ardientes. Esos ojos con los que mira la tristeza mientras la esperanza y el pudor esnifa una lágrima traicionera. Jamás nos habíamos separado desde que la vi por primera vez. Fue al salir del conservatorio, hace ya más de cuatro décadas. Iba del brazo de otro hombre y aflojé instintivamente el paso para observarla sin ser visto, para enamorarme a cada paso, para imaginarme la dulce música de su cuerpo entre mis manos.
La avanzada edad de su acompañante, la pulcritud de su traje, de buen paño y con toda seguridad hecho a medida, su cuidada barba teñida, sin una sola cana, y el desdén con el que la trataba, transmitía la desagradable sensación de ser aquélla una relación de pura conveniencia. Mercantil e interesada. Al doblar la esquina, entraron en aquella tienda de antigüedades que yo conocía bien. Todas las mañanas pasaba frente a su puerta camino del conservatorio. Sin saber por qué, me quedé observando el escaparate repleto de obras de arte. Muebles restaurados con varios siglos de antigüedad, bellísimos cuadros, dorados candelabros... Podía verlos a través del cristal mientras él discutía acaloradamente con la dueña, gesticulando y manoteando. Al cabo de unos minutos salió de la tienda a grandes zancadas. Solo. ¿Y ella? Me dio un vuelco el corazón. Entré, nervioso e inseguro como un adolescente. Entonces la vi. Y hasta hoy. Recorrimos medio mundo juntos. Unas veces llorábamos de felicidad, otras reíamos por no llorar, y las más, gozábamos. Pero siempre juntos.
Hace algunos años ya que llevamos una vida relajada y sedentaria. Los achaques de la edad, que llaman al goce tranquilo, a la felicidad serena. Y ahora, una extraña enfermedad que comenzó afectando su hermosa piel caoba y que creíamos vencida, ha reaparecido con tal virulencia que afecta ya a su columna vertebral. Probablemente un parásito que se coló de polizón en su cuerpo durante nuestro último viaje, nos dijeron los especialistas.
Y ahora estaba allí, esperando junto a ella. Con la mirada perdida y fija sobre aquel extraño cartel que en hermosas letras góticas indicaba el camino del quirófano. Curioso nombre para aquella estancia fría, pulcra hasta la exageración y repleta de extraños artilugios. Cuando el lutier rodeó cuidadosamente con sus brazos mi viola da gamba y se adentró por el largo pasillo, mi corazón perdió el compás y comenzó a desafinar como un alumno de primer curso de solfeo. Una semana más tarde, está ya casi recuperada. Mírenla -¡qué hermosa es, Dios mío!-, en la última sesión de rehabilitación con su fisioterapeuta.
11 comentarios:
Tato, ¡qué maestro de la narración!
Cómo nos has introducido en la historia de un amor dulce y triste.
Con, por supuesto, la anagnórisis final sorprendente e inesperada.
Torero,como siempre intrigante y excelente hasta el final.Un sombrerazo.
Plas, plas, plas...
[sin palabras, me dejas]
Que dulces el sonido de las lágrimas del tabernero...
Te has lucido, Tato. Sólo cuando han entrado en la tienda (finalmente el taller del luthier), he comenzado a sospechar tu triquiñuela... Bravo, fenómeno. Esto es narrar, y hacerlo bien.
Sendos abrazos, a ti y a tu viola... esté donde esté.
Me ha despistado vuesa merced, querido Tato, pues creía que el instrumento en cuestión era una guitarra, pero el final ha sido espectacular.
A mi padre le ha encantado.
Un fuerte abrazo querido Tato.
Bueno, bueno, bueno... No me esperaba esta inmerecida acogida.
Seis premios, seis. Como seis soles. Así da gusto corretear todo el día detrás de las musas para levantarles la falda y que, cabreadas, embistan contra uno.
Muchas gracias a todos y besos musicales.
Precioso.
Desde que empecé intuí que era ese instrumento.
Sigue así, siempre.
Besazos.
Pues confieso que me tenías desconcertado, como de costumbre. Tus giros finales, esas "epifanías", que diría un erudito, son magistrales.
Pues vuelvo otra vez para recargar mi ego. Ése que la realidad se encarga de poner en su sitio a todas horas. Pero a mí, que me quiten lo bailao. Estos cinco minutitos de gloria saben a eso.
Gracias Dama. Sé que lo estás pasando mal. Ya sabes que te deseo lo mejor.
Y gracias también al profe, por supuesto. Cuando la crítica viene de un profesional tiene puntuación doble... Salvo que me estés dorando la píldora ;-)
Besos, abrazos y achuchones varios
No debería sorprenderme que en tu taberna se elogie este maravilloso instrumento; por extrañas razones, nos vamos encontrando personas que compartimos más algo más que lo que nos separa. Cuando me he dado cuenta de hacia dónde nos llevaba tu magnífico relato he pensado: claro, una viola da gamba, otro como yo.
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