Puso el punto final y sonrió satisfecha. Terminó el relato que supondría un antes y un después en su corta experiencia de escribidora de cuentos. Todos sus lectores, escasos aunque fieles, esperaban con impaciencia la publicación de cada escrito, convencidos de que siempre valía la pena hacer la aburrida travesía de los párrafos previos con los que incitaba, incluso al más sagaz de los lectores, a dejarse conducir dócilmente hacia un inesperado final. Todos anhelaban su dosis semanal de estupor.
Pero esta vez, cuando se publicara en el próximo suplemento dominical, la sorpresa sería la ausencia de ésta. Harta ya de que la onda expansiva de la explosión final sólo dejara cascotes del mimo con el que construía la trama, había decidido coser los bajos de este último relato con los pespuntes anodinos de la normalidad. Era consciente del riesgo. Cabía la posibilidad de que la responsable de su éxito fuera sólo la calidad de su imaginación y no la brillantez literaria de su escritura. En ese caso, enterraría su fantasía bajo el peso de las palabras que jamás volvería a escribir. Debía averiguarlo. No podía vivir con aquella desazón.
Como todos los domingos, aquél se levantó temprano. Salió a la puerta a recoger del buzón la prensa y se preparó el desayuno. Aún en pijama y ante un café recién exprimido, abrió el suplemento. Sus ojos se abrieron aún más que las enormes páginas. La taza, que ya había adquirido velocidad de crucero a bordo de su mano, quedó paralizada a mitad de trayecto. Con el brusco frenazo, un par de diminutas gotas de café con leche consiguieron escapar, multiplicando espectacularmente su tamaño cuando el papel de periódico, eternamente sediento, consiguió engullirlas con el ansia de una magdalena caducada en pleno agosto.
No podía ser. Ése no era el relato que ella había enviado el viernes a la redacción. Lo volvió a leer más despacio. Bueno, sí. Era el mismo que envió, excepto en su desenlace. Se podía leer perfectamente toda la trama. El sufrimiento de aquella mente privilegiada y su familia cuando le diagnosticaron la extraña enfermedad mental. Sus sensaciones al ser internado en un psiquiátrico. La impotencia ante el fracaso de todos los tratamientos conocidos. La angustia de decir sí a un tratamiento experimental, nunca antes ensayado en seres vivos. Todo estaba allí. Magistralmente retratado con la infinita gama de colores que pueden nacer del negro sobre blanco.
Pero el final, ese final que no debía eclipsar la belleza de un relato cuidado hasta el más mínimo detalle -quizás el mejor de todos los que había escrito hasta entonces-, no era su final. Aquel final simplón con desenlace feliz y que debía lucir de esta guisa, "...tras dos largos meses de tratamiento experimental, alcanzó a transformarse en cuerdo. Llevaban treinta años tratándolo sin éxito y, ante el asombro de los médicos presentes, el cuerdo comenzó a hablar con palabras doctas y sapiencia admirable. Como antes de la larga enfermedad", se había transmutado en otro de similar apariencia pero de sentido radicalmente distinto. El nuevo final se parecía extrañamente al tipo de desenlace que su lector habitual esperaría de ella. Hasta tal punto era sorprendente, que terminó apropiándose, con su narcisismo de parásito engreído, de la brillantez de los párrafos que le precedían. Como siempre.
Pasados los primeros momentos de iracunda incertidumbre, la razón de su desdicha se le mostró desnuda e inverosímil. ¿Un mensaje del destino? ¿Una extraña casualidad? Lo cierto es que, desde el comienzo del final del relato hasta el final de la página, incluyendo el resto de noticias, un error tipográfico había mutilado algunos vocablos sin la más mínima compasión. Había hurtado la letra u a todas aquellas palabras que originalmente deberían lucirla tatuada en sus cuerpos de papel y tinta.
3 comentarios:
¿Se convirtió en cerdo? ja, ja, ja.
Pues no sé si sería muy coherente con el resto del relato, pero mira, le salió sorprendente.
Muy bueno, Tato.
Besos
Supongo que el final sería la respuesta a muchas de las preguntas... ¿conscientemente? quizás no, pero respuesta al fin y al cabo.
Un texto magnífico querido Tato, como siempre nos tienes acostumbrados.
Un fuerte abrazo.
Disculpa que te avise de este modo, pero no he visto otra manera, en este enlace tienes la posibilidad de ver cómo ha quedado la historia de la suegra por el sector de Pilar. Te he designado para que continues la historia, disculpa, pero no tengo más contactos...
Saludos,
JLM
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