viernes, 27 de junio de 2008

Así es la vida

El pasado domingo, cuando volvimos de la playa, encontramos una cría de mirlo en la calle. Sí, hijo de... esos otros mirlos que se comen mis ciruelas justo antes de que reciban esa segunda mano de morado con el que se maquillan, como si pretendieran avisar de que ya están listas para conocer varón. Estaba acurrucado en un rincón y acobardado. Apenas volaba, a pesar de que ya vestía plumas de adolescente y boqueras en franca retirada. Si lo dejábamos allí, su mala suerte sólo sería el preámbulo de una muerte segura, así que decidimos -bueno, mi hijo decidió-, que había que hacer algo. Lo recogió y lo soltamos en el jardín, seguros de que sus padres, que siempre andaban merodeando por allí, lo encontrarían.

Así fue. Era todo un espectáculo ver cómo aquellos comedores compulsivos de ciruelas y cagadores profesionales de tapias recién pintadas, le traían la comida. Mi hijo y, por qué no decirlo, toda la familia, andábamos pendientes del nuevo invitado. Éramos conscientes de la provisionalidad de la situación, pero en nuestro fuero interno anhelábamos que cuando pudiera volar, no se marchara. Nos alegró comprobar que sus padres, día tras día, acudían varias veces a ofrecerle un banquete de gusanos e insectos. Mi hijo, ya de vacaciones, andaba todo el día pendiente de él. Lo cogía, lo acariciaba, lo soltaba, lo volvía a coger, le ponía un recipiente con agua, comprobaba constantemente cómo estaba...

Pero este jueves lo encontró muerto. Me lo dijo por teléfono. No pude ver su cara, pero mis oídos miraban el retrato que de ella pintaba su voz. Aunque se empeñara en distorsionarla para que sonara normal, la decepción y una cierta tristeza sobresalían como armónicos rebeldes. Imagino que a él también le sonó falsa mi respuesta de no te preocupes, no pasa nada, hemos hecho todo lo que estaba en nuestras manos.

Me pregunto qué sentirían sus padres al no encontrarlo. Si pensarían que éramos unos desalmados y que, finalmente, habíamos decidido acabar con él. Si también sentirían tristeza.


4 comentarios:

Anónimo dijo...

En el mundo salvaje todo es distinto: no hay hospitales ni ambulancias, ni médicos.
La naturaleza hace su selección natural y si el mirlito estaba en el suelo era seguramente porque no tenía buena salud, a pesar de vuestros mimos y cuidados.
Yo tengo a mis dos gatos encerrados en casa para que no se enfrenten a las adversidades de la vida y ¿por qué no decirlo? ¡Para que no me traigan parásitos de fuera!
Mi más sentida pena por el pajarillo.
Un beso y un abrazo también para tu hijo.

el aguaó dijo...

Es una situación que parecía predestinada. Parece entenderse que es un final que quizás hubiera sido el mismo de todas formas. Y no lo digo por tu texto, sino por el transcurrir de los acontecimientos.

La película que en una ocasión recomendé en mi blog, Atrapado en el Tiempo, que mucha gente conoce por su título original, El Día de la Marmota, tenía una escena que daba mucho que pensar.

Para los que no hayan visto la película, es recomendable que no lean lo siguiente. El protagonista se levanta un día tras otro en la misma fecha, y siempre pasa delante de un mendigo al que engaña y finalmente no da limosna. Pero tanto tiempo despertándote en el mismo día da para mucho, así que decidió cuidarle y darle de comer, pero claro, sólo en un margen de 24 horas, pues cuando el día concluía, todo volvía a ser como el anterior. Descubrió que hiciera lo que hiciera, aún llevándolo al hospital, ese pobre anciano moriría ese día. Es como si el destino estuviera escrito y ese día fuera el elegido para fallecer aquel anciano.

Tal vez tan sólo sea una paranoia mía, quizás he visto demasiados cuadros de Dalí y Frida Khalo en las últimas horas y el Surrealismo me ha atrapado, pero puede ser que aunque se intentara todo lo posible, de vuestra parte y de parte de sus propios padres, la naturaleza, como bien dice Soboro, ya lo había excluído.

Sea de una forma u otra, la tristeza se encontró con ustedes y, seguramente, con sus padres, pues no es agradable descubrir que el esfuerzo realizado se trunque de forma tan trágica. Recuerdo algo similar con un gorrión en mi infancia.

Un fortísimo abrazo querido Tato.

Isa dijo...

La vida nos deja sorpresas desagradables. A mi me pasó algo parecido, salvo que el pajarillo murió por sobreexposición al sol...en un descuido. Un fuerte abrazo y un beso:
Isa
http://musicisa.blogspot.com

Carlos RM dijo...

Por qué será que estas vivencias animales resultan tan humanas y realmente nos dejan tocados. Yo también recogí una vez un mini-mirlo llenito de pulgas o algo así en un parque; lo llevé a un centro oficial que se encarga de atenderlos (al menos aquí están protegidos los mirlos) y tuve que rellenar una hoja de entrega. Entre otros datos, tenía que poner su nombre. Lo llamé Mirlo. No sé, la verdad, cómo habrá acabado; pero me acuerdo de él de vez en cuando, qué cosas. Pásate por mi Cuaderno, hay un precioso video animal.