miércoles, 7 de mayo de 2008

Si te dicen que escribí

Leía el otro día que han descubierto la hormona que hace que los adolescentes anden todo el día irascibles, rebeldes, contestones, insatisfechos, incomprendidos e infelices. En el mismo artículo se indicaba que estaban ya trabajando en una especie de vacuna. ¡Hombre, tampoco es eso! Aunque de vez en cuando me asalten unos enormes deseos de presentar a mi primogénito como sujeto experimental, asumamos que todos esos anticuerpos forman parte de la vacuna natural que inyecta el paso de los años.

Y hablando de primogénito, anda el pobre últimamente bastante enfadado conmigo -salvo cuando tiene alguna duda académica-, aunque me da a mí que lo que realmente le ocurre es que proyecta en mí su rabia tras los malos resultados del último trimestre y sus consecuencias domésticas en términos de recorte de privilegios y prebendas. Malos resultados, todo hay que decirlo, en relación con su potencial, que es como hay que medir estas cuestiones. Está convencido de que vive bajo la opresión, caprichosa y arbitraria, de la figura paterna. O sea, de un servidor de ustedes. Seguro que piensa que mi mente está todo el día ocupada en planear las mil y una formas de hacerle infeliz.

Es curioso, porque lo que ronda todo el día mi cabeza es justo lo contrario. Al final, todo se reduce a un problema de plazos y perspectiva. O eso creo. No están dispuestos a renunciar a un sólo gramo de felicidad absoluta e inmediata ¡ahora, ya, venga, rápido! Ni siquiera para poder vivir de las rentas de ese pequeño sacrificio el resto de su vida. ¡Dichosa hormona que distorsiona el tiempo y crea espejismos! No es culpa de ellos. Esa miopía la hemos padecido todos, si bien es cierto que en algunos casos graves degenera en ceguera permanente. Corregirla es parte de las obligaciones, en ocasiones ingratas y mal remuneradas, de quienes, además de ser padres, pretenden ejercer de tales.

Nada hay más fácil que conseguir mantenerlo todo el día contento con cara de satisfacción y sonrisa bobalicona. Permiso para vaguear a sus anchas, largas jornadas de consola e internet, risas para sus gracias, aplausos a sus aprobados alopécicos, vista gorda a sus desmanes.... Es sencillo. Tanto, que a buen seguro se preguntará qué necesidad tengo de complicarme la vida haciéndosela imposible a él. ¡Con la cantidad de problemas que debo tener en mi extraño mundo de adulto! Con el trabajo, con el banco, con la declaración de hacienda, con el fin de mes, con la hipoteca, con la ITV, con el taller, con el proveedor de internet, con el presidente de la comunidad, con la pintura de la fachada, con la renovación del DNI, con los pulgones del jardín..... ¡y para colmo me dedico a organizarle la vida con lo bien desorganizadita que la tiene!

Y en ésa estamos. Mes y medio tendiéndole puentes a su enfado. A ver si se le ocurre cruzar alguno conmigo para sentarnos a dividir por cuatro nuestras diferencias. Sin minuendos, ni sustraendos, ni restos. La última trifulca fue a cuenta de la forma de organizar sus obligaciones laborales, léase escolares. Resulta que hace varios cursos acordamos -sí, han leído bien, acordamos, negociamos-, que debía elegir entre dos opciones. Cada una con sus pros y sus contras. Él hubiese preferido una tercera, especie de hijo putativo de ambas, que hubiese sumado todos los pros y restado todos los contras. Como la que tienen la mayoría de sus amigos. Pero claro, no pudo ser porque con tanta suma y tanta resta no me salían las cuentas. Y así, ha estado varios años con la opción que eligió. Disfrutando todos los pros y sin sufrir ninguna contra. Porque cumplí mi parte. Porque cumplió la suya. No lo hizo en el último trimestre y probó un par de cucharadas de contrariedad. Poca cosa, no se crean.

Pero miren ustedes por dónde, le han sentado fatal. Aquellas reglas de juego que aceptó en plena orgía de disfrute, le parecen ahora una tremenda injusticia. Incluso dice que fueron impuestas, nada de negociadas. Y no se pierdan el elaborado argumento para tamaña afirmación. Resulta que como la opción que no eligió no la hubiese elegido nunca, sólo quedaba la que finalmente aceptó, por lo que en realidad sólo hubo una opción elegible. Siendo así, la opción elegida no lo fue realmente, ya que no habiendo alternativa, no puede haber elección. Conclusión: fue una imposición. Sí, sí. Con este elemento me las tengo que ver todos los días. ¡Ah! ¿Que no lo han entendido? Pues envíenme su correo y ya se lo explica él. Si es que le apetece, claro ¿o qué se han creído?

En resumen, que en cuanto sea mayor de edad, se marcha de casa. Otra vez. Y ya van.... Menos mal que es un buen chaval y de aquí a un par de meses o dos volverá a hablarme.


6 comentarios:

Anónimo dijo...

Tato, tu niño es muy listo. El argumento es demoledor: sin alternativas no hay opciones, por lo tanto él no pudo escoger.
No te preocupes por los enfados que son muy naturales entre padres e hijos adolescentes.
En cuanto a esa hormona, creo que es de lo mejorcito que tienen los chavales (claro, no soy madre) porque, bien empleadas, le harían mover mundos.

Néstor dijo...

Buf, tienes un hijo adolescente. Acuérdate de ti mismo.

Anónimo dijo...

Os sentasteis a negociar.
Eso forma parte de los pilares para su futuro aunque ahora no lo vea.

Juan Antonio González Romano dijo...

La vacuna para esa hormona se llama tiempo y criterio (especialmente de los padres como tú, por lo que leo). Comparto tus reflexiones; mi hija mayor va camino de los catorce y otras tres por detrás. Miedo me da. En cualquier caso, no te preocupes demasiado, Tato, que lo peor de los hijos son los primeros treinta años. Después, con suerte, encuentran un piso y se emancipan...

Anónimo dijo...

Eso os pasa por tener hijos. Yo prefiero tener hormonas. Algunas, no todas, porque la mayoría de las que se cultivan en la adolescencia son un completo coñazo. Por eso prefiero mujeres a partir de, digamos, los veinticinco.

Er Tato dijo...

Sin duda Soboro, es listo. Seguramente menos de lo que él cree y más de lo que sus actos dicen. En cuanto a su razonamiento, a lo mejor no me he explicado bien. Claro que tenía alternativas. Afirmar que no las tienes tras descartar las opciones que no te gustan, no es más que una falacia. Eso sí, una falacia inocente siempre que no te instales en ella. Es como si, para resolver un problema, tienes las opciones de trabajar duro, pedir ayuda o tirarte por un puente. No vale decir que tras descartar las dos primeras porque no te gustan (aunque realmente sea porque implican un esfuerzo que no estás dispuesto a hacer), te viste obligado a suicidarte porque no tenías otra alternativa.

Y Néstor, claro que me acuerdo. Siempre lo tengo presente. Tanto para intentar comprenderlo, como para intentar corregirlo.

Glauca, ya has visto que él no admite que hubo negociación. Para él, todas las alternativas eran malas porque una le obligaba a obtener determinados resultados y la otra le obligaba a trabajar con constancia. Por tanto, él percibe cualquiera de las dos como una imposición. En el vocabulario de los adolescentes de hoy no existe el sustantivo "obligación".

Profe, es curioso lo que ocurre con algunas palabras como criterio, talante... Siempre se asume el "buen" delante de ellas. Pero parece claro que hay criterios y talantes malos. En cuanto al mío, sólo el tiempo lo dirá. Me conformaría con que él estuviera convencido de que tanto mis aciertos como mis errores son siempre producto de la mejor de las intenciones.

¿Y a ti qué te digo, Octavio? Juegas con ventaja en el corto plazo, pero te aseguro que tú te lo pierdes. Como dicen los bolsistas, yo soy largoplacista.

Saludos