sábado, 3 de mayo de 2008

Invita la casa. Hoy: De cacería vengo

De salto en salto, primero encontré un cuento. Después se lo di a oler a mi perro perdiguero -lo llamo google, como al buscador ¿O es al buscador al que llamo como a mi perro? Bueno da igual-, y olisqueando, olisqueando lo encontró. Su autor es un profesor de lengua y literatura argentino llamado Fabián Vique. ¡Y me da una envidia.....! Aquí les dejo una muestra. Si quieren más, dénselo a oler a su google.

Lotiforme

Mi diccionario y yo estamos enamorados. Mi amor es razonable pero el suyo es brutal y arbitrario. A cualquier hora abre sus piernas y me obliga a sacarle una palabra. A veces las palabras son preciosas y yo compongo poemas ligeros y dulces. Pero a veces usa términos absurdos, y me veo obligado a decirle frases como "¿lotiforme?, no se puede hacer nada con esa palabra, ¿qué pretendes de mí?, no soy mago". Entonces llora y se desdibuja, y las palabras empiezan a escurrírsele, a chorrear por las patas de la mesa. En ese momento debo acariciarlo y escribir cualquier cosa, y todo vuelve a la normalidad.

El prosista irreprochable

Nunca puso un adjetivo de más. No cayó en el psicologismo ni en el panfleto. No cultivó la literatura pasatista pero tampoco militó en el experimentalismo. No fue solemne ni cursi ni pretencioso ni meramente sarcástico. Jamás escribió una línea.

Triángulo

Él prefería la lluvia. Ella, el sol. Yo, la nieve.
Ella miraba todas las telenovelas. Él, los partidos de fútbol. Yo, las noticias.
Él hablaba lo necesario. Ella bastante más. Yo, demasiado menos.
Ella amaba a Dios por sobre todas las cosas. Él era ateo. Yo, agnóstico.
A él le gustaba ir a bailar. A ella los conciertos. A mí, el cine.
Ella lucía un premeditado desaliño. Él estaba siempre impecable. Yo, no tanto.
Éramos buenos amigos pero ella estaba enamorada de él. El problema era que él me amaba a mí. Y yo, claro, la amaba a ella.

Diez minutos

A las doce y diez, su corazón se detuvo.
A las doce y nueve, escuchó la campanilla del teléfono.
A las doce y siete, evocó una cena en la que su padre había llorado.
A las doce y seis, sintió que su espalda se mojaba.
A las doce y cinco, vio una araña inmóvil en el cielo raso.
A las doce y cuatro, escuchó un grito: "¡Y la sal, Jorge, la sal!"
A las doce y tres minutos abrió los ojos.
A las doce y tres segundos cayó al suelo.
A las doce en punto apretó el gatillo.


3 comentarios:

Anónimo dijo...

Un surtido variado...perfecto.

Anónimo dijo...

Tato,no tienes nada que envidiar, como mucho, admirar.

Juan Antonio González Romano dijo...

El triángulo lo conocía. Los otros, no, y son francamente buenos. Me quedo con el prosista irreprochable.
Gracias por la invitación de la casa, tato.