viernes, 30 de noviembre de 2007

Cuento: El emepetrés

Desde que me había comprado aquel emepetrés de última generación, mi vida había cambiado por completo. Al principio sólo lo usaba para aislarme del mundo, pero poco a poco comencé a apreciar otras virtudes accesorias de ese mágico aparatito. Una música para cada estado de ánimo, viceversa, una excusa para ignorar a la pesada vecina en el ascensor, una forma de escuchar conversaciones ajenas sin parecer una cotilla, un chivato que advierte del exceso de cerumen....

Un día, como siempre andaba corriendo tras el tiempo sin atraparlo, le pedí a mi hermano que en sus ratos libres se encerrase en su cuarto, leyese en voz alta el libro de Introducción al Derecho y lo grabase. Para hacer la prueba, durante toda una semana me puse los auriculares en cuanto me levantaba y no me los quitaba hasta que caía rendida en la cama. En el metro, por la calle, en el trabajo mientras fregaba los suelos de las oficinas o las escaleras, en el almuerzo, en el gimnasio. Después recopilé todas las preguntas relativas a esa materia que habían aparecido en las oposiciones de los últimos treinta años y me puse manos a la obra. Las clavé todas. Y sin hincar un sólo codo. Al día siguiente le entregué a mi hermano los diez libracos, casi once mil quinientas páginas, para que los convirtiera en verbo y los encerrase bajo llave en el emepetrés.

Dejé mi trabajo. Durante los dos años siguientes, aquel pepitogrillo sabihondo se convirtió en un apéndice más de mi cuerpo. Apenas hablaba con nadie, ni leía, ni veía la televisión, ni salía con mis amigos..... Ni siquiera pisaba ya mi adorada biblioteca. Sólo escuchaba una y otra vez aquellos libros que la voz de mi hermano había desintegrado para recomponerlos en una eterna sucesión de segundos, minutos, horas. Muchas horas.

Llegó el esperado día. Repartieron los folios con las preguntas y me dispuse a contestarlas con la estúpida arrogancia de quien se sabe invencible. Cuando posé mi mirada sobre el papel, pensé que aquello debía ser una broma de mal gusto. Miré a mi alrededor y todos estaban ya escribiendo a destajo en sus respectivos exámenes. No entendía aquellos símbolos tan raros. Ni siquiera era capaz de escribir mi nombre en la cabecera. Una serpiente de angustia comenzó a subir por mi pecho hasta enroscarse en mis cervicales. Como un cilicio que traspasaba mi nuca para abrazar un cerebro a punto de estallar. El pánico, remojado en sudor frío, terminó empujándome con violencia contra la realidad. Lo peor no era suspender el examen. Tampoco haber encerrado entre absurdos paréntesis dos años de mi vida. El drama era que había perdido, quién sabe si para siempre, la llave de aquellas mágicas puertas que me habían permitido, antes de aquella locura, vivir otras vidas desde el viejo sillón orejero que dormitaba en un rincón de mi modesta biblioteca. No reconocía las letras. Ya no sabía leer.


(Para Reyes, dama de sevillano nombre, con afecto. Espero que la dedicatoria no tenga derechos de autor)

9 comentarios:

Reyes dijo...

Precioso.
Gracias.
Ahora vuelvo.

Reyes dijo...

Una vez me preparé unas oposiciones que en el fondo de mi alma deseaba no aprobar, porque dejar la escuadra, el cartabón y el A3 por una podadera, un transformador o un compresor, como que no, pero el sueldo, las condiciones laborales y la estabilidad me empujaron a presentarme.
Tal era mi desesperación ante las leyes y la teoría más cruda que opté por grabarlo en MP3 para machacar mis oidos por el procedimiento del "por coj...".
Y aprobé, y afortunadamente quedé en la bolsa que con un poco de suerte me llamarán alguna vez dentro de cinco años.
Al menos soy feliz con lo que hago.
Gracias de nuevo.
(La pausa ha sido para tomar aire...)

Er Tato dijo...

Acojonado y acongojado. Así me has dejado.

Pero espera, estás de coña ¿no? Si no es así, haz el favor de decirle a los parroquianos que no nos conocemos más que de copear en esta cibertaberna y que es imposible que supiera lo que acabas de contar. Más que nada para que se queden tan acojonados (acongojados) como yo. A este paso, va a ser verdad que me toca este año la lotería.

Un beso asombrado

bogar dijo...

¿Va a ser que el del pelo amarillo te ha dado buena suerte?
P.D.No creo en la suerte,creo en la buena o en la mala suerte.

Anónimo dijo...

Observando a los demás se aprende mucho querido Tabernero y desde tu lugar privilegido mas si cabe...que te voy a decir que tu no sepas.
Alguien como nuestra querida Dama se merecía algo así y quien mejor.
Artista ponme un argo.

el aguaó dijo...

¿Puedo invitarte hoy yo a ti y no tú a mí? Lo digo por lo mágico del momento y por el magnífico cuento-verídico que te ha salido.

Enga va... marchando un traguito de agua...

Un abrazo querido Tato.

Anónimo dijo...

Magnífico cuento de terror.

Reyes dijo...

Grantizo a todos los habituales de esta taberna que el señor tabernero y servidora sólo se conocen de dos copas, la casualidad hay veces que parece magia.

Híspalis dijo...

Jjajajajajjaja. Un cuento que parece de miedo, buf, pero de terror. Buenísimo, felicidades.