viernes, 16 de noviembre de 2007

Una mañana cualquiera

Tengo que reconocer que no soy de los que les gusta que el taxista le dé palique más allá de un breve intercambio de palabras de cortesía. Obviamente, el que me llevó esta mañana a hacer unas gestiones a Hacienda no lo sabía. Ni tenía por qué saberlo. En el primer semáforo por el que pasamos empezó a despotricar de un negro que estaba vendiendo pañuelos. Que si no debían permitirles la entrada en el país, que qué hacía el gobierno que no lo evitaba, que si eran un foco de delincuencia.... Si no fuera por el tono que empleaba, hasta podría estar de acuerdo con sus afirmaciones como punto de partida para una reflexión seria sobre el asunto.

Así estuvo, erre que erre ante mi indiferencia, que él debió entender como una señal de asentimiento porque avivó su discurso. Terminó, cuando estábamos a punto de llegar a mi destino, con un ¡ésta es la democracia!, rematado con un signo de admiración en forma de suspiro resignado. Jugando con esa ambigüedad que te permite ser educado diciendo lo que piensas, le espeté que la democracia era eso y muchas más cosas. Cuando contestó entusiasmado ¡claro, claro, y muchas cosas más!, sonreí satisfecho. Dije lo que pensaba y él pensó lo que quiso.

Me bajé del taxi justo cuando pasaba el tranvía. Seguro que su conductor no tenía que soportar negros en los semáforos ni sus viajeros una conversación no buscada. Sobre todo por aquello de prohibido hablar con el conductor. Cuando llegué a Hacienda me senté a esperar mi turno. Justo detrás de mí había varias mesas para que quienes tuvieran que rellenar formularios o impresos pudiesen hacerlo cómodamente. Dos chavales de unos dieciocho o veinte años que estaban sentados en una de ellas haciendo lo propio, me tocaron el hombro. Oiga ¿qué es un municipio?, preguntaron. Les miré un poco descolocado. Pelos amarillo pollo, tornillería facial varia, manos descuidadas y sucias, ropas extravagantes y un respeto fingido en el habla, como de falta de costumbre. Es lo que tiene el traje, que regala dignidad por fuera aunque uno sea un cretino por dentro. ¿Un municipio? ¿cómo que qué es un municipio?, pregunté a modo de respuesta. Tan poco pudor mostraron ante su ignorancia, que no terminaba de estar seguro de si me estaban tomando el pelo. Sí, un municipio, que qué es, reiteraron. Vamos a ver, ¿tú donde vives?, le pregunté a uno de ellos. En San Juan de Aznalfarache, respondió. Pues ése es el municipio, sentencié. En esta ocasión renuncié a mis principios. En lugar de enseñarles a pescar, les pesqué la pieza, se la cociné y se la serví en su punto. Si no consiguieron enseñarles lo que era un municipio en dieciocho años, no lo iba a hacer yo en cinco minutos. Y mucho menos si el M006 de mi número estaba ya parpadeando en la ventanilla dieciséis.


5 comentarios:

Lucía dijo...

Pues dentro de unos años te encuentras al del pelo amarillo de ministro de educación nada menos.

canalsu dijo...

Menos mal que tu número era el 006, uno más y trajeado como ibas podrías haber titulado la entrada "Desde San Juan de Aznalfarache con amor".

De todas formas no te quejes, este caso es un signo de madurez democrática, un chavó no sabe lo que es un municipio pero estaba en el organismo que, para unos más que para otros aunque lo seamos todos, representa mejor que ninguno el compromiso social desinteresado: Hacienda, tu paga y después ya veremos.

bogar dijo...

"Pa" mi que el del pelo amarillo tenia menos defensas que el Logroñes,como dice boo,cualquier dia va por ahi inaugurando AVE y cercanias.Cosas peores se han visto

Reyes dijo...

Si me vieras entenderías porque odio las peluquerías, si las hubiera con peluquero/as mudos, perfecto.
De nuevo, fantástico.

Salvador dijo...

Dama de sevillano nombre, ese -"si me vieras"- no hace mas que incitar al que lo lee a querer hacerlo. No se si intencionadamente, pero la verdad es que has despertado cierto interes.