lunes, 5 de noviembre de 2007

Cuento: El examen

Volví a comprobarlo por si había sido un sueño. Ya no quedaba nadie por los pasillos de la Facultad y pude plantarme con tranquilidad frente a la vitrina. A través del cristal, esmerilado por las huellas que la grasa de los ansiosos dedos de mis compañeros habían dejado sobre él unos minutos antes, se podía apreciar, borroso, mi nombre en la lista. Facultad de Filosofía de la Universidad de Sevilla. Asignatura, metafísica. Curso, cuarto. Nota, matrícula de honor.

Era el único aprobado de más de trescientos. No podía ser. Aquel día llegué con una resaca descomunal después de tres días consecutivos de juerga y dos noches locas con María. Entré al examen sólo porque soy un animal de costumbres. En los cuatro años que llevaba en la facultad, jamás había dejado de presentarme a ninguno. Y éste no iba a ser el primero.

Cuando me entregaron el folio con las preguntas, pensé que la falta de sueño y el vértigo de mi mente en blanco estaban jugándome una mala pasada. Sólo dos palabras y un inmenso desierto blanco bajo ellas que debía convertir en un vergel de ideas. Primera y única pregunta: ¿POR QUÉ? Estaba claro que iba a sufrir una dolorosa derrota en aquella batalla. Y el catedrático se había pasado tres pueblos. De original y de cabroncete. Recordé a María, su piel, su sonrisa enigmática, el olor a melocotón de su pelo, el mármol cálido de sus caderas, la alquimia de sus caricias. Me pareció oír que su voz sonriente susurraba algo a mi oído y, con el arrojo suicida que nos alquila la desesperación, casi sin darme cuenta, lo escribí en el papel: ¿Y por qué no? Firmé, entregué el examen y me fui a comprar los churros que le había prometido a María para el desayuno.

Amaranta Vargas, matrícula de honor. Asignatura, metafísica. Curso, cuarto. No me lo podía creer.


2 comentarios:

el aguaó dijo...

Magnífico cuento. Tuve una sensación parecida en una ocasión. No era muy dado a dejar pasar examenes. Aficionado a coger el toro por los cuernos en las pruebas universitarias, no dejé pasar una convocatoria por no estar preparado. A más de un examen fui como Amaranta. Sin embargo, no siempre tuve la misma fortuna. Solo una vez decidí no presentarme a un examen. Era primero de carrera. Historia del Arte Islámico. Había estudiado poco. Decidí dejar pasar el hastío de agosto y verme las caras con ese hueso en septiembre. Mi madre insistió en que me presentara. Lo hice y aprobé. Desde entonces no dejé pasa la oportunidad de presentarme.

También se puede sacar como conclusión de tu cuento, que "una resaca descomunal después de tres días consecutivos de juerga y dos noches locas con María" son los ingredientes necesarios para sacar matrícula de honor en la asignatura de Metafísica de Filosofía.

Que cada uno se quede con su conclusión...

Un fortísimo abrazo mi querido Tato.

P.D. Aún a riesgo de resultar tan repetitivo como un aliño de pepinos con pimientos y cebolla, te vuelvo a decir que te superas con tus cuentos. Son magníficos. Y conste que no lo digo por lo de la familia...

Anónimo dijo...

Cuento con moraleja.
A mas de uno nos ha pasado algo parecido.

P.D. Una tapa "pá repetí".