martes, 13 de noviembre de 2007

Cuento: Instinto animal

Casi mediados de Noviembre y el día marceaba con un descaro que rayaba la soberbia. Salí a la calle como todas las mañanas. Había que estirar los músculos, hacer algo de ejercicio y tomar el aire. Todo el día encerrado en ese piso de cincuenta metros te deja los músculos vagos, la vista corta y el ánimo agrio.

Al salir del portal y doblar la esquina, Juani, la vecina del cuarto be, recostada en el tronco de una enorme tipuana y con un sólo pie apoyado en el suelo, estaba colgándole los adornos navideños al árbol genealógico de no sé quién. Al ver su tacón de aguja, provisionalmente deformada su afilada punta por una diminuta croqueta, y cubierta su suela por una oscura hamburguesa que rebosaba hasta reposar sobre la blanca piel que su elegante y escaso zapato dejaba al aire, lo comprendí todo. Había pisado una mierda. Por su tamaño y consistencia parecía de persona, pero no, era de perro y la familia, la viva y la muerta, en la que se estaba ciscando en ese momento era la de su dueño.

Aquel día lo comprendí todo. A partir de entonces, cada vez que veía a alguien con una bolsita de supermercado a modo de improvisado guante en una mano y en la otra una correa rematada en su otro extremo por un perro, sabía que no era la limpieza de la acera la que le guiaba, como yo ingenuamente creía, sino la de la memoria de sus difuntos y progenitores. Un verdadero sentimiento de cariño y respeto por los suyos, que incluso vencía el asco que sus caras reflejaban cuando, en el mismo instante en que la mano asía la cosa, su calidez, desagradable reminiscencia de su origen, traspasaba el fino plástico.

Absorto iba, pensando en lo retorcidos que eran los humanos, cuando un brusco tirón de mi cuello me recordó que aún no había hecho mis necesidades y que mi dueño tenía prisa. Miré hacia él con cierta pena. No llevaba ninguna bolsa en la otra mano.


2 comentarios:

el aguaó dijo...

Extraordinario. Consigues superarte en cada cuento que escribes. Entrar en tu espacio y ver que has escrito uno nuevo se convierte en un momento de ansia y nerviosismo, hasta que consigo leer el pequeño fragmento que deja al descubierto tu genialidad.

Éste me ha encantado. Sutil e irónico.

Un fortísimo abrazo querido Tato.

P.D. ¡Qué perra es la vida del perro!

Reyes dijo...

Lo que yo te diga.
¿Has visto Memorias de Africa?