Siempre la contemplaba embobado cuando cruzaba la puerta del aula con su vieja bufanda de lana púrpura, los vaqueros gastados y una sonrisa tímida que miraba al suelo. Era su primer año en el instituto. Una joven profesora de matemáticas, rara avis por aquellos años, y treinta alumnos del último curso adobados en testosterona. Todos la miraban como la miraban. Bueno, todos menos él. Por eso se encendió de ira cuando sus veintinueve compañeros estallaron en nerviosas carcajadas y ella, cruzadas las manos sobre el bochorno de su boca abierta, se mimetizó con la bufanda segundos después de que, tras un ataque de tos, preguntara afónica si alguien tenía algo para chupar.
Francisco de Zurbarán: Jesús crucificado expirante
Hace 7 horas
4 comentarios:
Si ésta es la ficción, imagina lo que puede ser la realidad, que siempre la supera...jejejeje
El relasto es bueno y totalmente verosímil: las profesoras recién estrenadas en la profesión aún suelen conservar su belleza previa. Me explico: un amigo mío le comentaba a otro que había hablado con la maestra de su hijo; éste le preguntaba si estaba buena y el le replicó: es maestra.
He visto auténticas preciosidades deteriorarse en pocos años en la profesión. Eso sí, tenemos muchas vacaciones...
Yo, como tardaré todavía en empezar a trabajar, conservaré la belleza de novata durante mucho tiempo.
Y si no, me dedico a otra cosa.
Eso es porque era de ciencias. Los de letras tenemos más cuidado con el verbo, ja, ja...
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