Su tenacidad, sólo comparable al despiste en que habitaba, le permitió abrir la puerta de su apartamento tras varias horas bregando a brazo partido con la dichosa cerradura. Sudorosa, entró y tiró las llaves con desdén sobre la mesa del salón. Al mirarlas, dio un respingo. Una triste sonrisa de incredulidad y asombro pellizcó su cara mientras sus ojos parecían querer fundir la estrella de tres puntas sobre cuero repujado. Aquéllas eran las llaves de su Mercedes descapotable.
sábado, 5 de julio de 2008
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3 comentarios:
Si es que lo mismo te frien una camisa que te planchan un huevo.
Muy buen relato.
Abre la puerta a la imaginación.
Habrá que ver lo que le costaría al día siguiente abrir el mercedes... Ahora ya, con las llaves que son tarjetas, nada será igual...
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