Su tenacidad, sólo comparable al despiste en que habitaba, le permitió abrir la puerta de su apartamento tras varias horas bregando a brazo partido con la dichosa cerradura. Sudorosa, entró y tiró las llaves con desdén sobre la mesa del salón. Al mirarlas, dio un respingo. Una triste sonrisa de incredulidad y asombro pellizcó su cara mientras sus ojos parecían querer fundir la estrella de tres puntas sobre cuero repujado. Aquéllas eran las llaves de su Mercedes descapotable.
Playa de Santa Justa (Cantabria)
Hace 28 minutos
3 comentarios:
Si es que lo mismo te frien una camisa que te planchan un huevo.
Muy buen relato.
Abre la puerta a la imaginación.
Habrá que ver lo que le costaría al día siguiente abrir el mercedes... Ahora ya, con las llaves que son tarjetas, nada será igual...
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