Confundir la legalidad con el sentido común y la razón cuando el argumento jurídico de una sentencia comulga con nuestras tesis es humano. También lo es acusar a la justicia de inicua y prevaricadora cuando ocurre lo contrario. Igual de humano que el egoísmo, la envidia, la mentira o la manipulación. Pero que estos comportamientos sean consustanciales a la condición humana no los hace disculpables ni éticamente admisibles. Y menos aún cuando quienes acumulan en su haber estos pecados aspiran a conducir los destinos de una nación, razón por la que debiera exigírseles un plus de honestidad, material e intelectual, respecto al común de los ciudadanos.
La sentencia del TC desestimando el recurso que el PP interpuso contra un punto concreto de la Ley de Igualdad, la paridad de las listas electorales, significa lo que significa: que ese aspecto de la ley es constitucional.
Ni significa que el machismo haya sido derrotado, como estúpidamente afirma Pepiño Blanco en su blog, ni que quienes defendemos que buena parte de esa ley atenta contra las libertades y la dignidad de las mujeres seamos unos machistas reaccionarios. Y no es que a mí me importe que me tachen de esto último. Es, simplemente, que hay que ser o muy lelo o un mal nacido para extraer tales conclusiones de la sentencia.
Quien piense que el machismo se combate con leyes es, como poco, ingenuo si no directamente tonto. Y menos con leyes de este tipo. Ojalá fuera así, pero por desgracia la solución es algo más compleja. El machismo sólo se combate con educación y rechazo social.
Y todo ello sin perjuicio de que la sentencia pueda ser también criticable desde el punto de vista jurídico. Y me refiero a una crítica argumentada desde el Derecho y respetuosa. Porque a mí me divierte una barbaridad eso que se suele decir en estos casos de "respetamos la sentencia pero discrepamos profundamente de ella, y los jueces han fabricado una sentencia política, y el Estado opresor, y esto es intolerable, y bla, bla, bla, bla....."
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