miércoles, 5 de mayo de 2010

De cuando el poder de la información venció a unos chorizos

Al hilo de la entrada anterior, reproduzco a continuación una conversación real de ayer mismo en una sucursal de Caja Madrid. Tras hacer algunas gestiones:

- Por favor, quisiera un certificado de saldo cero.

- No hay problema, se lo solicitamos.

- No tiene coste ¿verdad?

- Pues sí que lo tiene. Son 12 euros más IVA.

- ¿Me enseña las tarifas, por favor?

- Pues no las tenemos aquí, pero están en internet- contesta el empleado un poco inquieto.

- Deben tenerlas en la oficina a disposición de los clientes, pero de todas formas esta misma mañana, antes de venir, las he consultado tanto en su página web como en la del Banco de España y ahí se indica claramente que ese servicio es gratuito. Puede comprobarlo usted mismo en el ordenador.

- Mire, mejor le solicita el certificado al interventor, que está allí-, me dice ya algo nervioso.

Levanto la mirada y veo en la otra mesa a alguien con cara de estreñido enfrascado en sus asuntos y con la mesa llena de papeles. Me dirijo a él.

- Buenos días. Quisiera un certificado de saldo cero y su compañero me dice que tiene un coste de 12 euros más IVA, pero yo he...

- En efecto, ese servicio tiene ese coste-, me contesta interrumpiendo mi explicación.

- Verá, como le he dicho a su compañero, en las tarifas de su propia página web se indica que ese servicio es gratuito.

- Ya le he dicho que tiene coste.

- ¿Le importaría consultarlo un momentito?

Me mira como perdonándome la vida y con cierto hastío se dispone a entrar en el portal corporativo. Abre el documento de las tarifas y, tras comprobar que es cierto lo que digo, pasa rápidamente la página antes de que yo pueda señalarle el epígrafe correspondiente.

- Aquí no pone nada...

Un poco indignado, esta vez soy yo quien le corta.

- ¡Pero cómo que no pone nada! Por favor, si acaba de verlo. ¿Cómo puede seguir insistiendo en...?

- ¡Déjeme hablar! Le digo que esto es lo que hay. Le solicito el certificado y cuando venga a recogerlo, si lo quiere lo paga y si no no se lo lleva. Y punto-, me vuelve a cortar irritado y alzando la voz.

La verdad es que no daba crédito a lo que estaba sucediendo y, ante el jaleo que se estaba armando, salió el Director de la oficina. Le explico la situación y le solicito que me enseñe las tarifas.

- No las tenemos, pero están en internet.

- Eso ya me lo han dicho, pero si no les valen las tarifas que ustedes mismos publican en su página, enséñeme las que deben tener obligatoriamente en la oficina a disposición de los clientes.

- Mire, vamos a hacer una cosa. Es que nos ha pillado descolocados-, les aseguro que éstas últimas son palabras textuales-, le solicitamos el certificado y cuando venga a recogerlo ya vemos cómo lo arreglamos.

Estaba tan alucinado, que me limité a indicarle que cuando viniese a recogerlo tuvieran también preparadas las hojas de reclamaciones y me marché. Como dato adicional, intrascendente para mí pero importante en estas situaciones, acudí a la sucursal en ropa de faena: traje inmaculado y corbata.


10 comentarios:

Zapateiro dijo...

Yo en dos sucursales distintas he tenido que poner hojas de reclamación sin contemplaciones porque algunos empleados tienen una jeta que no veas. En cuanto pides la hoja de reclamación te tratan con más modales, pues ya es tarde, oiga.

Un saludo Tato.

Juan Carlos Garrido dijo...

Pues esto "no es na" comparado a lo que uno se enfrenta a los operadores de telecomunicaciones (y a la dictadura de los teleoperadores).


Saludos.

Er Tato dijo...

Así me gusta Zapateiro, leña al mono hasta que hable inglés. Si todos los consumidores exigiéramos nuestros derechos, otro gallo nos cantaría. Claro, que para exigirlos, primero hay que conocerlos.

Pues no sé qué decirte, Juan Carlos. Que te digan en tu propia cara que te van a estafar es bastante fuerte. Los operadores al menos te dan un poco de coba. Y no te creas que no la he tenido ya con ellos. Esto terminó en cambio de operador y con 10 meses reclamándome el pago de la última factura, con amenazas de gabinete jurídico incluida, que por supuesto no pagué. Les dije que se olvidaran de cobrar mientras no me hiciesen llegar la factura a casa explicándome cada concepto a facturar. Y hasta hoy. También tuve otra con Simyo con una 3G, y tampoco les pagué el último mes. Se corta la domiciliación bancaria y punto. Y si acaso se les ocurre meterme en algún registro de morosos sin haberme comunicado fehacientemente la deuda y demostrado que me he negado a pagar, ambos, operadora y registro, se encontrarán con una denuncia en el juzgado de guardia y en la CMT.

Saludos

No cogé ventaja, ¡miarma! dijo...

Tato, ¿ese certificado que es, un certificado de "tieso"?
Te puedo dar entonces unos cuantos. Ahora lleva Cajasol, lo menos tres semanas enviándome mensajes para que me pase por sus oficinas a fin de arreglar mi situación financiera con la misma, ¿será que me van a dar un prestamo?
Adiós.

Panduro dijo...

Ese ya vemos cómo lo arreglamos es muy típico de los bancos. Ahora que ni una contestación por escrito, ni un fax ni un email; no te dan nada los jodíos.

Er Tato dijo...

Muy agudo, Rafael. Pues aunque parece eso que dices, es realmente lo contrario: un certificado de haber liquidado una deuda. Que manda cojones que quieran cobrarte hasta para decirte por escrito que ya les has pagado. Es como si les jodiera... Oye, cuando te despides con ese ¡Adiós!, pareces como cabreado ;-)

Para no escribir te devuelven hasta las letras los cabrones, Paduro. Pero vamos, que ya he cerrado la cuenta, han perdido un cliente y han ganado un pejiguera. Que le pregunten a mi mujer lo cansino que puedo llegar a ser, que estamos casados porque me tiré seis meses pidiéndole todos los días que saliera conmigo...

Un par de abrazos y unas cervecitas para el personal.

Juanma dijo...

Vuelvo a escribir sobre una paralela, querido Tato. Aprovecho la referencia a tu otra entrada que has puesto en la respuesta a Juan Carlos.
Creo que sabes que trabajo, desde hace muchos años, para un 902. Por fortuna, no es excesivamente problemático. Pero sí quiero salvar de todo esto a los teleoperadores (afueraparte los ineptos que, efectivamente, los hay y no pocos). Estamos, digamos, vendidos, con las manos atadas, sin poder hacer nada en la mayoría de los casos porque nos debemos al "Cliente", la empresa para la cual trabajamos, de la que somos subcontrata. Yo mismo, querido amigo, he sido en muchas ocasiones (y las que te rondaré morena) un frontón inexpugnable ante la ira de un cliente airado. Lo peor que me puede pasar, además, es que el cliente tenga la razón, que me esté pidiendo algo razonable y yo no pueda ni mover el dedo meñique para hacer nada (en muchos casos, creo que incluso rozando la ilegalidad por nuestra parte). Te aseguro, Tato, que cuando cuelgo esa llamada me acuerdo de todos los familiares de los responsables de la empresa para la cual trabaja la mía. No caigo en ningún caso, desde luego, en el trato chulesco. Eso es inadmisible: ni lo hago yo ni permito que lo haga ninguno de mis teleoperadores (soy coordinador, hace mucho que no atiendo al teléfono). Por otro lado, somos unos "privilegiados". Peor lo pasan los teleoperadores que tienen que hacer llamadas para vender productos (cosa que me ha tocado también, y mucho) y que, si no alcanzan una media de ventas determinada, los despiden sin contemplaciones. En la mayoría de las empresas (no en la mía mientras yo sea uno de sus responsables) los teleoperadores tienen, incluso, que levantar la mano para ir al baño (como en el cole). O están trabajando bajo una presión tremenda con el tiempo de duración de sus llamadas (compañeros que vienen a mi empresa huyendo de otras me cuentan barbaridades). En fin, el mundo de los teleoperadores es un pequeño submundo conformado por trabajadores cuyo trabajo consiste en dar la cara y, en muchos casos, que se la partan mientras ofrecen la otra mejilla. Insisto, para terminar: afueraparte de todo esto los tiparracos, no pocos, que atienden el teléfono con chulería y desdén.

Ea, cambio y corto. Un abrazo.

Er Tato dijo...

Conozco indirectamente el mundillo de los teleoperadores, querido Juanma. Por eso dije en aquella entrada: "Quede claro pues que, en lo que expondré a continuación, dejo a salvo a los sufridos operadores que soportan las iras que sus empresas provocan en sus no menos sufridos clientes. Lo que no significa que no haya operadores verdaderamente ineptos, como en todas las profesiones"

Ea, po cambia ya el billete de cincuenta euros antes de que te caduque y págate un rondita.

Un fuerte abrazo

Juanma dijo...

No, si ya te digo que volvía a escribir sobre una línea paralela a tu entrada. Y vi que dejabas bien clara tu opinión con ese párrafo. Pero que quede claro también: no tolero la chulería en la atención telefónica (si no podemos ayudar a un cliente con un problema -"incidencia", según eufemismo ruin en la jerga de mi trabajo), al menos no nos pongamos chulitos.

Que me he despistado, yo pensé que invitaba, con la generosidad acostumbrada, la casa. Ya pago yo, ome, ya pago...

Juanma dijo...

Vaya unos paréntesis birriosos que he puesto...