Nunca pensé que aquella extraña habilidad con la que gastaba pesadas bromas a mis padres de pequeño, y que fui perfeccionando con los años, me permitiría escapar de aquella cárcel de huesos y carne. Cuando el médico pronunció el diagnóstico seis meses después del tremendo accidente, tras despertar del coma, el cerebro dio una voltereta en mi cabeza. Era la única parte de mi cuerpo que aún podía sentir. Tetraplejia severa con pronostico de recuperación nulo, dijo el doctor. Casi sin mirarme. Y se marchó.
Diez años después, vacío de toda esperanza y expropiada mi voluntad, lo hice. Como cuando era pequeño. Pero esta vez no era un juego. Cerré los ojos y paré mi corazón. Para siempre. Quedé en libertad. Arrebaté mi propia muerte a quienes me la habían robado.
2 comentarios:
La persona del cuento lo consiguió.
Los vellos de punta. Y no exagero. Impresionante.
Un fortísimo abrazo querido Tato.
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