lunes, 22 de octubre de 2007

Valiente

Un día cualquiera a la vuelta de tu trabajo. O quizás de tus estudios. Casi las once de la noche y con ganas de llegar a casa. El compás del tren mece tu cansancio y tu mente echa a volar. Piensas en tus cosas. En lo que han tenido que sacrificar tus padres para buscar una vida mejor en una tierra desconocida. En lo valientes que han sido. En ese chico que te gusta tanto y que no se ha enterado aún de que existes. O en ése otro que te sigue a todas horas coladito por ti, pero que no termina de hacerte tilín.

Entra un chico en el vagón gritando a su teléfono. Se sienta casi enfrente y te mira con cierto descaro. Otro salido más, piensas entre coqueta y molesta. Sus gritos empiezan a ponerte nerviosa. Se levanta, se queda plantado de pie delante de ti y te mira. El estómago amenaza con engullirse a si mismo y desaparecer. El corazón comienza a sonar en estéreo a cada lado de tus sienes. Continua su camino y suspiras aliviada.

De pronto se vuelve y acerca su cara a la tuya. Muy cerca. Te dice al oído cosas. Entiendes las palabras, pero no comprendes qué dice y por qué. Antes de que te des cuenta comienza a pegarte mientras te insulta. Una vez. Y otra. Otra más. Te invade el pánico. El vagón desaparece, la gente no existe, sólo ves su cara y su mano dirigiéndose hacia ti. Puede hacerte lo que quiera y tú no puedes hacer nada. Nadie puede hacer nada. Nadie quiere hacer nada. Te sientes sola. Estás sola.

Deja de pegarte. El tren aminora su marcha y él se dirige hacia la puerta, detrás de tu asiento. Sigues en una nube, una nube negra, pero al menos parece que se acaba la tormenta. Sigue gritando al teléfono, pero tu ya no escuchas nada, no entiendes nada, no eres nada. El tiempo se espesa hasta hacerse sólido y atrapar los segundos. Que pare ya el tren, o que me despierte del sueño, o que alguien le parta la cara, o que...... No te dio tiempo de terminar de desear. Un tremendo golpe en la cara te deja grogui. La sorpresa vacía tu mente y el dolor te acolcha la cara. Mientras te proteges con tus manos, golpea el costado y de nuevo la cabeza. El tren se detiene y él se marcha.

No sabes cómo has llegado a casa ni cuánto tiempo ha pasado. Parece que todo sucedió hace meses, pero el dolor en tu cara y en tu alma te recuerda que lo sucedido es reciente. Muy reciente. Piensas en qué le dirás a tus padres para que no se sientan culpables por traerte a una tierra donde no os quieren, salvo para los trabajos que ellos desprecian. Piensas en las carcajadas de ese animal mientras alardea ante su manada de la hazaña. Piensas en el miedo absurdo que produce en algunos el color de tu piel o tu dulce acento al hablar. Piensas........ ¡que hay que ser valiente!, que no has venido aquí para que el primer desalmado te robe tus ilusiones, tu futuro, el fruto de tu esfuerzo. Que también hay buena gente que te ha ayudado. Que hay que ser valiente. Que tú eres valiente.

1 comentario:

Fernando dijo...

En este caso hay que tener mucho cuidado con ayudar a alguien que está siendo agredido injustamente. Mejor no ayudar. Si no, ved lo que le ha pasado a Borja "el altruista" por ayudar.