Suena el teléfono como una patada en el culo del silencio nocturno que le hace dar un respingo. Y a mí también. Adormilada, enciendo la luz. Las dos y diez de la madrugada. ¿Sí?, contesto de manera automática. Soy yo, estoy en el portal, déjame subir por favor.
En esta madrugada del 29 de Marzo, en vísperas de que todo termine de una vez, recuerdo lo que pensé hace ya cinco meses, a esa misma hora, en ese mismo instante. Un instante que se repetiría una y otra vez.
Aquella lejana noche del 28 de Octubre, cuando sonó el teléfono a las dos y diez, pensé que no podía ser. De nuevo él. Tenía claro que lo nuestro ya había acabado. También que si lo dejaba subir, terminaría metiéndose en mi cama otra vez. Lo pasaríamos bien. Y nada más. No. No era eso lo que a esas alturas de mi vida necesitaba. No era eso lo que quería. Y así se lo dije hacía ya una semana mientras me aseguraba, primero entre sollozos y después amenazante, que no podía dejarle, que se volvería loco, que sería capaz de cualquier cosa.
Esa tarde me había llamado para vernos en una cafetería del centro. Mi primer impulso fue colgar el teléfono, pero me suplicó que no lo hiciera, que sólo quería verme por última vez y ya no volvería a molestarme. Está bien, le contesté. Nos vimos, tomamos café, conversamos de manera civilizada y, antes de despedirnos definitivamente, me entregó un misterioso regalo que había mantenido en su regazo durante todo el tiempo.
Cuando llegué a casa, lo saqué de su extraño estuche. Era un precioso despertador antiguo. Lo coloqué en la mesita de noche. Cené algo ligero y me acosté temprano. Aunque me pareció absurdo, no sé por qué se me ocurrió preparar el despertador para que sonara a las tres de la madrugada. Esa noche, como todos los otoños, había que retrasar los relojes una hora. Me pareció una manera original de estrenar el regalo. Pero allí estaba yo, a las dos y diez de la madrugada, despierta, recordando nuestra ruptura de la semana anterior y la agradable charla que habíamos mantenido hacía apenas unas horas en la cafetería y en la que creía haber dejado clara la situación. Allí estaba, con el teléfono en la mano decidiendo si lo dejaba subir o no. En un impulso, me dirigí al videoportero y apreté el pulsador que abría el portal. Había que acabar de una vez por todas. Pero subió, me sedujo una vez más, y terminamos en la cama. A las tres, cuando sonó el obediente despertador, no recordaba qué demonios hacía allí ese reloj, ni por qué sonaba, ni qué hacía él dormido a mi lado. Cuando lo recordé, paré de un golpe seco el machacón sonido, giré las manecillas hasta marcar las dos en punto y volví a caer en un profundo sueño. Ya aclararía definitivamente las cosas por la mañana.
Sonó el teléfono de nuevo. Tenía la sensación de que no habían pasado más de diez minutos desde que el despertador me torturó. Encendí la luz. En efecto, eran las dos y diez. Confusa, cogí el teléfono y escuché al otro lado del auricular, soy yo, estoy en el portal, déjame subir por favor. Miré a mi lado. Estaba sola. En la cama no había nadie y el despertador estaba listo para gritarme a las tres que todo volvía a comenzar.
Aquella noche no comprendía nada de lo que ocurriría durante los cinco meses siguientes, noche tras noche. Mañana, cuando en la madrugada imponga su dictadura el horario de verano y se consuman en un instante los sesenta minutos en que quedaron encerrados mis días, puede que todo acabe. O puede que no.
(Dedicado a mi querido aguaó)
3 comentarios:
¿Dónde venden ese despertador?
Debería haber seguido su primer impulso y colgarle el teléfono.
Muchísimas gracias por la dedicatoria querido Tato.
Instantes. A veces tan largos a veces tan cortos. Minutos que se repiten para recordarte que estás atrapado en una dinámica de la que no puedes escapar... o no quieres. Quizás están dándote una oportunidad para vivir el presente o para probar, una y otra vez, aquello que harías si tuvieras la oportunidad de repetir lo mismo.Ya lo dijo alguien en una ocasión: "Deberíamos tener dos vidas, una para equivocarnos y otra para actuar".
Muchísimas gracias por tu detalle querido Tato. Magnífico texto. Un fortísimo abrazo.
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