Ya están aquí las elecciones. Que comience la fiesta, que corra el vino, que no falten manjares, todos contentos y alegres. Y mañana, Dios dirá.
¿Que tenemos superávit en las cuentas del Estado? A pulírselo rapidito, a embriagar al pueblo con el pan para hoy para que no se preocupen del hambre de mañana, a comprar voluntades que pagamos entre todos.
Desde luego yo no voy a votar a un presidente que se permite frivolizar con nuestro futuro. Cuando existen nubarrones más que razonables en el horizonte, ponerse a derrochar en medidas sociales de dudoso resultado y escaso alcance real, sólo puede tener una explicación: quiere mantenerse en el poder a toda costa. O eso, o hace gala de una ineptitud supina como gestor de la cosa pública. No sé qué es peor.
Malo es no guardar lo ahorrado cuando las cosas pintan mal, pero derrocharlo en gasto y no en inversiones que ayuden al país a ser más productivo de cara a la segura desaceleración de la economía en los próximos años, es un suicidio. No entiendo la prisa que tiene este hombre en fundirse el superávit presupuestario cuando el mayor gasto social (más desempleo) y la disminución de ingresos (menos actividad, menos recaudación) que va a resultar del ajuste de nuestra economía en los próximos años, va a necesitar de ese colchón y de mucho más.
Pero lo más curioso es que aquí nadie habla de la deuda pública. Sólo se transmite permanentemente la bondad del superávit del Estado porque es fácil de vender al personal, obnubilado por todo lo que huela a gasto social.
Aclaremos para el que no lo sepa, que el superávit se refiere al exceso de ingresos sobre los gastos de un ejercicio económico. Según el
Ministerio de Economía, en los primeros siete meses del año el superávit ha ascendido a 8.015 millones de euros, que supone aproximadamente un 9% de los ingresos previstos. En cristiano, eso es equivalente a decir que una familia cuyos ingresos hasta Julio han sido de 12.000 euros, ha ahorrado unos 1.000 euros (superávit de la familia). Si esa familia supiera que se avecinan dificultades (congelación salarial, subidas del tipo de interés....) ¿cuál sería el uso más razonable de ese ahorro? ¿reservarlo, liquidar parte de un préstamo que tiene pendiente, pagarse un curso de formación que le permita mejorar en su trabajo y aumentar sus ingresos o comprarse un DVD de última generación para que la abuela pueda ver sus películas favoritas? Desde luego, cualquiera de ellos menos el último. Lo siento por la abuela, pero seguro que ella, que pasó hambre en la guerra, lo entiende.
Como decía, es importante subrayar que cuando se habla de superávit nos estamos refiriendo al ejercicio en curso, lo que es compatible con la existencia de endeudamiento. Y de hecho existe. Según se prevé en los Presupuestos Generales de 2007, la deuda pública acumulada para este ejercicio, lo que el Estado tiene que devolver a quienes le han prestado el dinero que se ha gastado en los años en que había déficit, ascenderá a 391.266 millones de euros. El Estado debe una cifra equivalente al gasto de todo un año incrementado en un 20%. Otro dato: los intereses devengados a Julio de 2.007 por esa deuda han ascendido a 8.140 millones de euros.
¿Y esto es malo? Pues como siempre, depende. Si se hubiese gastado todo ese dinero en inversiones productivas (infraestructuras, conocimiento, formación...) hasta parecería escaso, pero no ha sido así. Una parte importante se ha malgastado en políticas que han creado verdaderos mamones de la teta pública. Y lo que es peor, parece que se va a seguir en la misma línea.
Es cierto que la deuda del Estado está en unos niveles aceptables, incluso mejor que muchos países de nuestro entorno, pero lo que yo critico no es su existencia, sino que el gobierno esté permanentemente vendiendo a la opinión pública el superávit y no explique con la misma transparencia la deuda. Porque a los profanos en la materia, que son multitud y no conocen los entresijos de la economía, se les termina trasladando la idea de que superávit es sinónimo de ausencia de deudas. Seguramente, más de uno se habrá llevado una sorpresa al descubrir que, además del préstamo del coche y de la hipoteca de su casa, tiene otra que no se esperaba.
Y a esa deuda del Estado, que supone casi el 40% del PIB (de lo que produce el país, para que nos entendamos), hay que sumarle las deudas de los ciudadanos (préstamos, hipotecas....) y de las empresas.