sábado, 2 de junio de 2007

De ricos y pobres, balanzas fiscales y miserias políticas (I)

Debido a la extensión del tema que me propongo abordar, y para no aburrir en exceso al personal, estructuraré la exposición en 3 artículos que pueden abordarse de manera independiente, pero que mantienen una importante relación entre sí. En éste primero, reflexionaré sobre las causas por las que existen en nuestro país regiones más ricas que otras. En el segundo, intentaré exponer de forma sencilla cómo funciona el sistema de financiación autonómico. En el tercero y último, hablaremos sobre las balanzas fiscales como instrumento para medir la cohesión territorial. Asumiendo que mis lectores habituales no son expertos en economía y que en ningún caso esta serie de artículos aspira a convertirse en una clase magistral, me he propuesto emplear un lenguaje que resulte cercano y huir de construcciones teóricas complejas, manteniendo simultáneamente un cierto rigor técnico.

Un interesante ejercicio inicial, que puede permitir posicionarnos respecto de la bondad de un sistema político que defienda la redistribución de la renta y la implantación de mecanismos correctores de las desigualdades interregionales, sería el de comprobar si éstas son producto de la diferente intensidad en los esfuerzos personales de los ciudadanos de las distintas regiones o han sido el resultado de factores externos e independientes de su voluntad.

No existen, o al menos yo no los conozco, estudios cuantitativos que permitan determinar en qué medida las regiones ricas lo son porque determinadas políticas han favorecido su desarrollo a lo largo de la historia, porque su situación geográfica o sus recursos naturales la situaron en una situación de partida privilegiada, o porque la idiosincrasia de sus ciudadanos impulsaron la creación de empresas y riqueza. Sí es posible no obstante, poner sobre la mesa algunos hechos históricos que podrían arrojar cierta luz sobre el asunto.

El conflicto entre librecambismo (doctrina económica que propugna la no intervención del Estado en el comercio internacional) y proteccionismo (imposición de elevados aranceles a la importación de determinados productos para proteger la producción interior de los mismos) que se produjo a los largo del XIX, se saldó en nuestro país con un claro triunfo de éste último, aunque con breves periodos de un matizado librecambismo. Los efectos del proteccionismo para un país se pueden resumir en una elevación del precio del producto, que pagan todos los ciudadanos produciéndose un trasvase de renta hacia esas industrias protegidas, y un incremento de ineficiencia por la ausencia de competencia. La política proteccionista y de intervención pública en la economía continuó, incluso más intensificada, tras la guerra civil hasta el plan de estabilización de 1.959, que supuso una política de mayor competencia y libertad económica, pero que concentró los escasos recursos económicos y fiscales en las zonas de mayor tradición industrial.

Hasta el primer tercio del XIX no se inició en España un tímido desarrollo industrial que se concentró fundamentalmente en el norte (carbón, hierro, papel) y Cataluña (textil). El desarrollo atrajo más población a estas áreas. Este incremento demográfico justificó inversiones en infraestructuras y dotaciones, que tuvo un efecto multiplicador sobre el crecimiento, entrando en un círculo virtuoso que permitió a estas regiones diferenciarse rápidamente de las regiones ancladas en la actividad agraria. En Madrid, capital administrativa de la nación, la concentración de funcionarios, políticos, ministerios y empresas públicas supuso su principal industria.

La siderurgia es un claro ejemplo de cómo el desarrollo industrial puede depender más de factores externos (políticas interesadas, recursos naturales, situación geográfica...) que de las capacidades internas. En 1826 se instaló una planta de laminado en Málaga con hornos de hulla para explotar los yacimientos de hierro magnético de Ojén. A mediados del XIX, la siderurgia andaluza acabó desapareciendo por la competencia de la siderurgia asturiana, más próxima a los yacimientos de hulla. La evolución tecnológica, con la introducción de los convertidores Bessemer que reducía el consumo de combustible, hizo que cobrara más importancia la cercanía a los yacimientos férricos que a los de carbón, iniciando un rápido desarrollo de la siderurgia vasca, beneficiada además por la legislación proteccionista y la depreciación de la peseta que encarecía las importaciones.

Que las disparidades actuales entre regiones en términos de riqueza se hayan debido a variables exógenas o al mérito personal de sus ciudadanos, es algo que no puede dirimirse de manera incontestable. En mi opinión, la situación actual no se debe en su mayor parte a esfuerzos personales, sino a que determinadas regiones han estado en el lugar adecuado, en el momento adecuado. Y para apoyar mi posición, un argumento adicional. ¿Por qué habría de admitirse pacíficamente que Andalucía o Extremadura están a la cola porque sus ciudadanos son unos vagos, ignorando la gran aportación en capital humano que estas regiones han supuesto para el desarrollo económico de Cataluña, el País Vasco o algunos países europeos?


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