¿Ustedes qué pensarían si pudieran comprar algún bien o servicio por 80 euros porque, aun costando 100 euros, quien se lo vende ha decidido pedir prestados los 20 euros de diferencia? Seguramenente serían felices y ni siquiera se plantearían por qué habría de hacer el vendedor tal gilipollez.
¿Y qué pensarían si averiguasen que el vendedor no les dijo que les va a cobrar esos 20 euros, con sus correspondientes intereses, a sus hijos y a sus nietos en el futuro? Seguramente ya no les haría tanta gracia. Y a lo mejor hasta se acordarían de la familia de tan generoso vendedor.
¿Y si cuando la deuda acumulada fuera insostenible, el vendedor le dijera que debe pagar 20 euros más de lo que ya había pagado? ¿Se le ocurriría decir que está pagando dos veces por lo mismo?
Pues resulta que, ineficiencias, derroches y mangazos aparte, llevamos algunas décadas pagando por el Estado del Bienestar menos de lo que vale -el año pasado, en concreto,
un 20% menos-, por lo que el Estado ha tenido que ir endeudándose, para que fueramos felices como bobos, por una cantidad superior a los 700.000 millones de euros -¡¡¡casi 117 billones de pesetas!!!-, que van a pagar, con sus correspondientes intereses, nuestros hijos y nuestros nietos.
Cuando se nos dice que hay que reducir el tamaño del Estado porque esto no da más de sí, nos quejamos indignados de que quieren pisotear esos derechos que con tanto esfuerzo nos hemos ganado. ¿De verdad nos los hemos ganado? Por si aún no se han dado cuenta, buena parte de esos derechos están aún sin pagar. Y lo que es peor, aspiramos a seguir sin pagarlos o reducirlos, a la vista de la iracundia que produce al personal que el gobierno pretenda hacer el
enorme sacrificio de seguir pidiendo prestado un 13% más de lo que valen.
Sin duda, resulta más gratificante ponerse del lado de los que defienden, por convicción o por demagogia, que
the show must go on. Pero algunos decimos lo que pensamos, aunque no coincida con lo que deseemos. Podemos patalear, salir a quemar las calles -pero no olviden que el mobiliario urbano y la policía también tenemos que pagarlos-, afirmar, como lo hace esta izquierda rancia, que viene el doberman a robarnos lo que creemos nuestro -ingenuos...-, hacer cien huelgas generales, poner a parir a la mediocre clase política que nos ha tocado sufrir, echar la culpa a los demás. ¿Y después qué? ¿Alguien piensa que es posible volver al lugar donde hemos estado estos años? Sin duda, queramos o no, en el pecado habremos de llevar la penitencia.