Llovía afuera y yo sin paraguas. Era la excusa perfecta. Desde que llegué a aquel sanatorio mental, siempre había deseado corretear desnudo bajo la lluvia por sus hermosos jardines, chapotear en los charcos para mojarme desde abajo, pasar desapercibido entre el resto de chiflados. Justo cuando empezaba a desabrocharme excitado el cinturón del pantalón, llegó corriendo la enfermera haciéndome señas apresuradas con el brazo en alto. Disculpe la tardanza, aquí tiene mi paraguas, espero que no le avergüence el estampado de flores, doctor Fernández, me dijo entre jadeos antes de desearme un buen fin de semana. Hasta el lunes, Carmen, contesté contrariado recomponiendo la figura.
Irse, por favor, irse
Hace 1 hora
4 comentarios:
La pobre enfermera. Al fin y al cabo su voluntad era la de ayudar, nunca llegó a saber que había cortado alas...seguro que no habrían sido las únicas.
Un abrazo, querido Tato.
¡Genial, Tato! Estas hitorietas con vilos enrevesados, que terminan por girarte la cosa, sencillamente, me encantan.
Un abrazo.
Sí Juanma, la pobre no se enteraba nada.
Gracias Juanan. Ya sabéis cuánto me encanta que os encanten... Para que lo sepas, algunos de estos relatos han sido imaginados al son de la magnífica banda sonora de tu blog.
Un par de abrazos
Me encanta....pobre doctor, lo que hubiera disfrutado. Qué dura es a veces la vida de los supuestamente cuerdos....besos, pilar
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