1, 10, 11, 100, 101... Tras contar hasta cinco, el robot cerró la puerta y el sexto pasajero, un anciano pelirrojo, despeinado y con tristeza de varios días, se detuvo bruscamente imaginando que él sería el siguiente. Resignado, aún recordaba cuando el lenguaje servía para entenderse, para susurrar sentimientos, para arrancar sonrisas, para revivir. Ahora, que hasta el Sindicato de Robots y Autómatas había reivindicado el uso de su lengua materna, ya no entiende nada. El ruido de la puerta al abrirse lo despierta de la vida. A su espalda, continúa oyendo el metálico 10, 11, 100, 101...
sábado, 23 de agosto de 2008
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2 comentarios:
Relato futurista que advierte del ataque de las lenguas pragmáticas sobre las más complejas e "inútiles" que sólo podría ocurrir sólo en un mundo sin los variados sentimientos que tenemos los humanos.
Tato, te he cogido viendo Star Wars, ¿a que sí? ja, ja, ja.
Besos estelares.
Estamos como decía mi abuela, en manos de los marcianos...
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