A los países ricos nos chorrea por las comisuras la falsa solidaridad para con los países pobres. Criticamos sus regímenes dictatoriales, pero no permitimos a sus pueblos crecer para escupirle a sus tiranos. Queremos exportar nuestros productos a esos mercados, pero protegemos nuestra agricultura, nuestra ganadería o nuestra pesca con subvenciones y aranceles para bloquear sus exportaciones, para no trasferirles parte de nuestra riqueza. Y ellos no necesitan solidaridad, sino justicia y algo de nuestra decencia. Somos ricos porque hemos llegado antes y cerramos la puerta tras nosotros. A cal y canto. Algún día lo pagaremos. ¿Qué mérito tiene haber tenido la suerte de nacer en un país rico? Algunos se piensan superiores. ¿Realmente pensarán los que así piensen? Se creen merecedores de su suerte, ignorando que el azar es la distancia más corta entre dos colores de piel, entre el macdonald de la esquina y los estómagos inflamados de ausencia de potajes con garbanzos.
La memoria es flaca y algunos olvidan su historia. No hay mejor forma de crear riqueza que el respeto por la propiedad privada, la seguridad jurídica y la libertad, en su sentido más amplio. Dicen que eso se llama capitalismo. Pues vale. A algunos les extrañará, pero en la UE, al capitalismo no lo han visto ni de lejos. Su proteccionismo aduanero, su demencial sistema de subvenciones a actividades que no son competitivas y que impiden el despegue de las economías subdesarrolladas, fundamentalmente en el sector primario -agricultura, ganadería, pesca, minería...-, o el intervencionismo de los Estados en la vida económica más allá de lo imprescindible para cumplir sus funciones básicas, son una clara muestra de ello.
Ni comemos, ni dejamos comer. Falta coraje y sobra cobardía. A los políticos y a los ciudadanos que los elegimos. ¿Alguien entiende, por ejemplo, que entre Julio y Agosto se hayan tirado a la basura casi 60 toneladas de merluza en nuestro país? Y todo porque los posibles compradores no estaban dispuestos a pagar los precios mínimos fijados por la UE. Si lo tiran a la basura, la UE les paga esos precios mínimos. El mecanismo no se le hubiera ocurrido ni al mismísimo Maquiavelo. Fijamos un precio al margen del mercado. De espaldas a la oferta y la demanda. Camuflamos y pervertimos la información que los precios ofrecen a los agentes económicos para tomar sus decisiones -por ejemplo, el exceso de oferta-, y se esquilman los mares inundando el mercado de merluza. Como los pescadores no cubren sus costes porque el exceso de oferta derrumba el precio, se crea un problema social que el supraestado -la UE-, resuelve pagando de nuestro bolsillo el desajuste que el propio sistema ha creado. Primero se crea el problema. Después se soluciona. Y finalmente, nos arrodillamos para adorar al Estado benefactor que nos protege. Y a mí ¿quién me protege del Estado?
Claro, que decir todo esto mientras saboreo un Jack Daniel's abrazado a varios cubitos de hielo, escribiendo -porque he tenido el privilegio de poder escribir, y leer, y estudiar, y aprender, y...-, en un portátil de última generación con conexión a internet, me parece, como poco, una obscenidad. Sólo puedo añadir en mi descargo que procuro no olvidar el regalo primero que el azar me hizo. Ni la ausencia de mérito para merecerlo. En lo demás, para llegar hasta aquí, algo sí ha tenido que ver el esfuerzo y el trabajo. Que conste.
1 comentario:
De acuerdo con todo. ¿Para que añadir más?.
Yo me pongo enferma cuando veo la "tomatina" y la gente tirando los tomates con lo caro que están y la de gazpachos que se pueden sacar de ahí.
Que disfrutes el whisconsin!
Un beso.
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