A punto estuvieron de atropellarlo. Se puso verde de rabia. Cuando consiguió alcanzar la acera y se sintió a salvo, recuperó el color. A pesar de aquella extraña habilidad que le permitía manejar a su antojo el movimiento de sus ojos -mirar hacia atrás al tiempo que observaba las largas piernas de aquella morena tendida sobre la arena de la playa, junto a las dunas-, se había vuelto a perder. Posiblemente fue la noche anterior. Se alejó más de la cuenta y el extraño paisaje arrancó de su memoria el camino de vuelta a casa.
Entonces apareció aquel gigante enorme. Cuando lo vio con uno de sus ojos, el que en ese momento miraba al cielo, salió corriendo, pero una mano del tamaño de su cuerpo consiguió atraparlo. Se revolvió, pataleó, abrió la boca en un grito mudo. La suavidad con la que aquellos dedos le inmovilizaron le desconcertó. Seguro como estaba de que serviría de aperitivo a aquel coloso, quedó confundido al comprobar cómo, tras subirla a la altura de su pecho, abrió la mano para que se apaciguara sobre su palma. Como una invitación al sosiego. Como una señal de amistad.
Los mayores del lugar le dijeron que aquellos gigantes que le habían devuelto a su hogar eran humanos. Y que no tenía que estarles agradecido por evitar lo que ellos habían provocado. Que nunca se fiara de su sonrisa. Que les habían robado sus tierras. Que los cazaban para exhibir su intimidad en un terrario el resto de sus días. Pero aquéllos no. Aquellos humanos no podían ser así. Le habían salvado la vida. El pequeño camaleón se alejó, cabizbajo y vestido de gris triste, rumiando las palabras de advertencia de los ancianos, incapaz de trocar el agradecimiento en temor y odio, pero consciente de que no debía olvidarlas.
(A mi pequeño gigante que, cariacontecido pero convencido, se internó en las dunas para devolverlo a su hogar)
4 comentarios:
Me imaginé al principio que sería una coquina, ja, ja.
Recuerdo cuando de niña me perdía en el desaparecido "castillo de la Jara" en Sanlúcar a ver camaleones.
Ahora, la gente de pasta que tienen la gran suerte de ver desde su salón la puesta de sol o desde la cama amanecer desde Doñana, nos quitaron ese pequeño hábitat.
¡que le vamos a hacer!
Estupendo cuento.
Recuerdos al Aguaó, si asoma por allí.
Ahora que lo menciona la Dama, recuerdo vagamente a un camaleon que vivía a cuerpo de rey en la azotea vecina... estaba gordísimo.
Un abrazo para ti y un beso para el Aguaó o al revés.
Imaginación la tuya, querida Soboro. Una coquina por la acera. Sí, ya sé que de mis cuentos se puede esperar cualquier cosa, pero...
Al aguaó no me lo quito de encima, querida Dama. Y yo encantado, que conste.
¿Puedo quedarme con el beso y darle el abrazo al aguaó, querida Glauca?
Nueve besos para tres guapetonas damas como tres espléndidos soles.
P.D.: Después de un par de botellitas de Privilegio y kilo y medio de cigalas, me voy a la piltra. Aunque no tengo sueño...
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