Sigamos sin exigir a nuestro sistema financiero que asuma sus pérdidas latentes en el sector inmobiliario, manteniendo inflados balances e inmuebles.
Sigamos sin reformar en serio el mercado de trabajo una vez que se nos ha corrido el rímel del maquillaje de aquella infame reforma laboral.
Sigamos deteriorando el grado de exigencia y calidad de nuestro sistema educativo, base del capital humano imprescindible para crear una economía moderna y competitiva que aumente nuestra calidad de vida.
Sigamos sin un plan de austeridad serio, drástico y urgente, que recorte de verdad el gasto superfluo, ése que nada aporta al bienestar de los ciudadanos.
Sigamos, en fin, cambiando sólo aquello que haya que cambiar para que nada cambie.
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