Una de las definiciones que me parecen más acertadas sobre lo que es la economía colaborativa -ya saben, Blablacar, Airbnb, Uber...-, es la que ofrece la propia Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC), que la define como un intercambio entre particulares de bienes y servicios que permanecían ociosos o infrautilizados a cambio de una compensación pactada entre las partes.
Hace algunas semanas, un juez decretó medidas cautelarísimas contra Uber tras una demanda de los taxistas contra ella. Y lo hizo además sin dar siquiera audiencia al demandado, cuestión que nuestro ordenamiento procesal permite, pero de manera excepcional cuando concurran razones de urgencia o cuando dicha audiencia previa pueda comprometer el buen fin de la medida cautelar. No parece el caso.
Esto último no tendría mayor importancia si no fuera porque revela una clara animadversión del poder establecido -político, económico, judicial...-, a los cambios, a las nuevas formas de economía, a la imaginación, a la libertad.
Para enfrentar los supuestos problemas -yo hablaría de oportunidades...-, que genera la economía colaborativa, la solución no pasa por imponer a ésta las restricciones regulatorias de los sectores en los que pretende operar, sino por desregular esos sectores, liberalizarlos. Libertad y poder para los consumidores, no sólo para los políticos o los lobbies, sean éstos taxistas, editores de periódicos o agencias de viajes.
Muchas de las regulaciones actuales, que pretendían solucionar algunos fallos de mercado, como los problemas de información asimétrica -cuando el consumidor no dispone de toda la información sobre la transacción económica que se va a hacer, pero el oferente sí-, o de poder de mercado, no tienen desde hace tiempo ningún sentido. La mejora e inmediatez de la información que pueden proporcionar las nuevas tecnologías a los consumidores, eliminarían o minimizarían muchos de esos fallos de mercado y devolverían el equilibrio de poder a las transacciones económicas entre consumidores y oferentes. Si los dejaran, claro.
Hace algunas semanas, un juez decretó medidas cautelarísimas contra Uber tras una demanda de los taxistas contra ella. Y lo hizo además sin dar siquiera audiencia al demandado, cuestión que nuestro ordenamiento procesal permite, pero de manera excepcional cuando concurran razones de urgencia o cuando dicha audiencia previa pueda comprometer el buen fin de la medida cautelar. No parece el caso.
Esto último no tendría mayor importancia si no fuera porque revela una clara animadversión del poder establecido -político, económico, judicial...-, a los cambios, a las nuevas formas de economía, a la imaginación, a la libertad.
Para enfrentar los supuestos problemas -yo hablaría de oportunidades...-, que genera la economía colaborativa, la solución no pasa por imponer a ésta las restricciones regulatorias de los sectores en los que pretende operar, sino por desregular esos sectores, liberalizarlos. Libertad y poder para los consumidores, no sólo para los políticos o los lobbies, sean éstos taxistas, editores de periódicos o agencias de viajes.
Muchas de las regulaciones actuales, que pretendían solucionar algunos fallos de mercado, como los problemas de información asimétrica -cuando el consumidor no dispone de toda la información sobre la transacción económica que se va a hacer, pero el oferente sí-, o de poder de mercado, no tienen desde hace tiempo ningún sentido. La mejora e inmediatez de la información que pueden proporcionar las nuevas tecnologías a los consumidores, eliminarían o minimizarían muchos de esos fallos de mercado y devolverían el equilibrio de poder a las transacciones económicas entre consumidores y oferentes. Si los dejaran, claro.
La libertad espolea la imaginación. Resulta triste e infantil la actitud de nuestros gobernantes de querer poner puertas al campo y retrasar lo inevitable, desaprovechando entre tanto las bondades de los nuevos modelos de relaciones económicas -mejora de la competitividad, aprovechamiento de recursos ociosos, reducciones de precios, beneficios medioambientales...-, y desincentivando la creatividad de los ya de por sí escasos emprendedores que existen en nuestro país.
Los ciudadanos harían bien en preguntarse -por enésima vez-, por qué el libre mercado tiene tan mala prensa, o a quién beneficia y perjudica su existencia. Incluso por qué, tanto las izquierdas como las derechas, lo demonizan. Sobre todo cuando tocan el poder.
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