Hay quienes tienen la suerte de nacer en una familia acomodada, de nacer altos, guapos, sanos y listos. Sí, es una suerte. Y además, aunque su soberbia y estupidez les convenzan de lo contrario, no fue mérito suyo, no fue el resultado de su trabajo, de su esfuerzo, de su sacrificio. Llegaron allí como podían haber llegado a una chabola rodeados de ratas, o haber nacido tullidos y con la inteligencia justa para no babear. Sería también suerte. Mala, pero suerte. Y tampoco sería demérito suyo ni resultado de su indolencia.
Son las cartas que a uno le tocan en la vida. Y no puede elegirlas. Lo que sí puede elegir es cómo jugarlas. Y mostrarse todos los días de su vida agradecido a quien fuera que se las repartió si fue una buena mano. Y no vivir en un eterno lamento si la mano no fue tan buena. Y en ambos casos, exprimir al máximo la partida. Porque las cartas serán las que sean, nos vienen dadas, pero el resultado suele depender de cómo las juguemos.
Por ello, cuando alguien recibe buenas cartas sin más mérito que el azar y decide vivir de las rentas de su buena estrella, suele terminar fracasando. Y culpando a los demás de su mala suerte, ¡qué desvergonzada paradoja...! Y parapetando su fracaso tras el de aquéllos que recibieron peores cartas, disfrazándolo mezquinamente de éxito, un éxito postizo. ¡Miren, miren a aquél que lo ha hecho aún peor...! Cuando eso lo hace alguien anónimo o un simple conocido, resulta triste y ruin. Cuando lo hace alguien a quien quieres resulta, además, doloroso.
Son las cartas que a uno le tocan en la vida. Y no puede elegirlas. Lo que sí puede elegir es cómo jugarlas. Y mostrarse todos los días de su vida agradecido a quien fuera que se las repartió si fue una buena mano. Y no vivir en un eterno lamento si la mano no fue tan buena. Y en ambos casos, exprimir al máximo la partida. Porque las cartas serán las que sean, nos vienen dadas, pero el resultado suele depender de cómo las juguemos.
Por ello, cuando alguien recibe buenas cartas sin más mérito que el azar y decide vivir de las rentas de su buena estrella, suele terminar fracasando. Y culpando a los demás de su mala suerte, ¡qué desvergonzada paradoja...! Y parapetando su fracaso tras el de aquéllos que recibieron peores cartas, disfrazándolo mezquinamente de éxito, un éxito postizo. ¡Miren, miren a aquél que lo ha hecho aún peor...! Cuando eso lo hace alguien anónimo o un simple conocido, resulta triste y ruin. Cuando lo hace alguien a quien quieres resulta, además, doloroso.
6 comentarios:
Mateo 25:14-30. Lucas 19:11-27
Mi padre me los hizo traduccir cuando suspendí latín.
Como dijo Eugenio D'Ors, lo que no es tradición es plagio...
Un hombre sabio tu padre. Se ve que ahora sabes latín... ;-)
Saludos
O sea, que el libre albedrío existe.
Sin ninguna duda, Dyhego.
¿Cómo le preguntas eso a un liberal? ;-)
Saludos
¿Libre albedrío, liberal? No tengo mas remedio que volverte a preguntar, oye, Tato, ¿tú no serás tonto, verdad?
Estoy seguro que entre tus amistades no serás el más popular, hueles a repelente, y no de insectos.
Fíjate si existe el libre albedrío, querido Anónimo, que pudiendo callar y parecer gilipollas, a veces decides comentar y despejar las dudas...
Y ahora algo más en serio, lamento de veras que te tocaran malas cartas, pero lo que es una verdadera putada es que nadie te haya enseñado a jugarlas.
Saludos y lo siento, macho.
Publicar un comentario