Hace algunas semanas tuve la oportunidad de charlar de manera informal con un alcalde, socialista para más señas, de un pueblo sevillano de unos de 20.000 habitantes. Se quejaba el buen hombre de lo difícil y desagradecida que era la política municipal. Que si sus paisanos no comprendían el grado de complicación que había alcanzado la gestión del ayuntamiento, que si no entendían la mayoría de las decisiones que se veía obligado a tomar, que si nunca llovía a gusto de todos, que si siempre te estaban tirando a la cara que tu sueldo lo pagan ellos, que si........
Todos esos "que si" no eran más que el preámbulo que justificaba lo que me diría a continuación. Con toda la complejidad de la sociedad actual y de muchos aspectos municipales (tributos, urbanismo....), los ciudadanos no podían permitirse el lujo de estar cambiando cada cuatro años de alcalde, vino a decirme. Con lo que cuesta formar a un buen político, resulta que cuando ya se está enterando de la película, se encienden las luces del cine y se pira la gente.
Un poco sorprendido, le pregunté si lo que me estaba planteando era la conveniencia de profesionalizar la política. En efecto, por ahí iban los tiros. Tenía delante de mí a un socialista veterano afirmando implícitamente que no todos los ciudadanos debían acceder a cargos representativos, porque no todos estaban capacitados para ejercerlos.
Animado por su atrevimiento y por lo campechano de la charla, sentí curiosidad por conocer su reacción si aplicábamos ese mismo razonamiento al otro lado de la ecuación: los votantes. Me miró entre extrañado e indignado y me dijo que la esencia de la democracia era "un hombre, un voto". Bueno, una mujer también claro, añadió absurdamente. Me dijo que esas ideas eran reaccionarias e intolerables. Al verlo tan alterado, me limité a sonreír y a intentar excusarme por parecer lo que no era.
Al recordar estos días aquella conversación, me he vuelto a preguntar si es razonable que todos los votos tengan el mismo valor. Hubo una época en que la existencia de clases sociales extremas, la falta de oportunidades iguales para todos o las desigualdades basadas en la cuna y no en el esfuerzo y las capacidades individuales, justificaban esa máxima de "un hombre, un voto". Hoy en día, con un Estado del Bienestar que facilita la igualdad de partida para la mayor parte de la población ¿por qué tiene que valer igual el voto de un ciudadano que se ha preocupado de formarse e informarse aprovechando esas oportunidades, que el de aquél que no lo hace? ¿por qué a un político profesional le parece bien aplicar este criterio para decidir quiénes deberían ser elegibles, y se escandaliza cuando se plantea aplicarlo a quienes podrían ser electores? ¿quizás les resulte más conveniente que quienes les elijan no tengan capacidad de crítica? ¿es una democracia real aquella en que el ciudadano no participa más que cada 4 años y en la que la separación de poderes brilla por su ausencia? ¿por qué nos escandalizamos ante una reflexión sobre la calidad individual del voto, y no lo hacemos ante la bajísima calidad democrática de nuestro país? ¿quizás porque nos da miedo pensar en lo primero y vivimos muy cómodos con lo segundo?
Todos esos "que si" no eran más que el preámbulo que justificaba lo que me diría a continuación. Con toda la complejidad de la sociedad actual y de muchos aspectos municipales (tributos, urbanismo....), los ciudadanos no podían permitirse el lujo de estar cambiando cada cuatro años de alcalde, vino a decirme. Con lo que cuesta formar a un buen político, resulta que cuando ya se está enterando de la película, se encienden las luces del cine y se pira la gente.
Un poco sorprendido, le pregunté si lo que me estaba planteando era la conveniencia de profesionalizar la política. En efecto, por ahí iban los tiros. Tenía delante de mí a un socialista veterano afirmando implícitamente que no todos los ciudadanos debían acceder a cargos representativos, porque no todos estaban capacitados para ejercerlos.
Animado por su atrevimiento y por lo campechano de la charla, sentí curiosidad por conocer su reacción si aplicábamos ese mismo razonamiento al otro lado de la ecuación: los votantes. Me miró entre extrañado e indignado y me dijo que la esencia de la democracia era "un hombre, un voto". Bueno, una mujer también claro, añadió absurdamente. Me dijo que esas ideas eran reaccionarias e intolerables. Al verlo tan alterado, me limité a sonreír y a intentar excusarme por parecer lo que no era.
Al recordar estos días aquella conversación, me he vuelto a preguntar si es razonable que todos los votos tengan el mismo valor. Hubo una época en que la existencia de clases sociales extremas, la falta de oportunidades iguales para todos o las desigualdades basadas en la cuna y no en el esfuerzo y las capacidades individuales, justificaban esa máxima de "un hombre, un voto". Hoy en día, con un Estado del Bienestar que facilita la igualdad de partida para la mayor parte de la población ¿por qué tiene que valer igual el voto de un ciudadano que se ha preocupado de formarse e informarse aprovechando esas oportunidades, que el de aquél que no lo hace? ¿por qué a un político profesional le parece bien aplicar este criterio para decidir quiénes deberían ser elegibles, y se escandaliza cuando se plantea aplicarlo a quienes podrían ser electores? ¿quizás les resulte más conveniente que quienes les elijan no tengan capacidad de crítica? ¿es una democracia real aquella en que el ciudadano no participa más que cada 4 años y en la que la separación de poderes brilla por su ausencia? ¿por qué nos escandalizamos ante una reflexión sobre la calidad individual del voto, y no lo hacemos ante la bajísima calidad democrática de nuestro país? ¿quizás porque nos da miedo pensar en lo primero y vivimos muy cómodos con lo segundo?
2 comentarios:
No voy a opinar sobre tu alcalde, pero el comentario que has dejado en el blog del aguaó me ha hecho pensar, ya que pensaba que yo era un especimen digno de estudio, porque cada vez estoy mas lejos de la Iglesia con todo lo que conlleva, y cada vez me gusta mas la Semana Santa.
¿se entiende algo?
Creo que tú si.
Te añado a mis favoritos.
Yo también soy verderona y me leí en dos días el "Sabina en carne viva"...
Enhorabuena por el blog querido Tato, debido a mi escaso tiempo, hasta hoy no he conseguido observarlo con el detenimiento y detalle que se merece, y creo que es digno de ser elogiado gratamente.
Lo de 'profesionalizar la política' es algo muy curioso, que estoy convencido que a más de un alcalde se le habrá ocurrido, sin embargo, no creo que sea lo más adecuado, y llevas mucha razón cuando planteas las dos últimas preguntas: "¿por qué nos escandalizamos ante una reflexión sobre la calidad individual del voto, y no lo hacemos ante la bajísima calidad democrática de nuestro país? ¿quizás porque nos da miedo pensar en lo primero y vivimos muy cómodos con lo segundo?", si a la última pregunta la quitas los símbolos de interrogación y el "quizás", tienes la respuesta a la cuestión anterior; si por el contrario la dejamos como está, tenemos una pregunta retórica.
Siempre he pensado que la política es una forma más de enriquecerse.
En cuanto a lo del caso Delphi, debo reconocer que no estoy nada puesto, ya que solo he leído de pasada.
Enhorabuena por el blog y felicidades por los artículos. Debo decirte que ya te encuentras entre los blogs que el aguaó visita.
Un fuerte abrazo.
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