Tanto por mi origen social como por convicción personal, siempre he considerado que los míos son los que creen en la igualdad, la justicia y la libertad. Igualdad de oportunidades y ante la ley. Justicia formal y social. Libertad compatible con el respeto al derecho ajeno.
Hasta no hace mucho, identificaba a los míos por el flanco izquierdo. Sin haberme movido un ápice en mis convicciones, resulta desconcertante comprobar que en ese flanco ya sólo quedan fantasmas. Políticos que se autoproclaman de izquierdas, pero que provocan con sus decisiones la desigualdad y, en consecuencia, la injusticia. Porque pretender que todos seamos iguales cuando realmente somos distintos es la más sutil, perversa e injusta de las desigualdades.
La izquierda actual confunde la igualdad de oportunidades con la igualdad de resultados. La igualdad en la salida con el igualitarismo forzado en la llegada. Si alguien a mitad de la carrera decide que no quiere seguir sufriendo y se sienta a descansar, da igual, papá-Estado le situará arbitrariamente otra vez en el pelotón o ralentizará a los demás para que todos lleguen a la meta al mismo tiempo. Desincentivar el esfuerzo personal transmitiendo que al final todos seremos iguales es devastador para un país. Hace que los buenos no usen todo su potencial (¿para qué, si ya soy el mejor sin esforzarme?) y que los menos buenos no se esfuercen en ser mejores (¿para qué, si lo que no consiga por mí mismo, me lo van a regalar?)
Quienes actúan así con el noble propósito de ayudar a los más desfavorecidos les están haciendo un flaco favor. Una pésima formación humana y académica, el desprecio hacia la necesaria autoridad de los educadores por considerarla un valor reaccionario y, en suma, la inacción en la exigencia a nuestros jóvenes de sus obligaciones, a quienes más perjudica es precisamente a los menos favorecidos. Igualar a todos en la mediocridad es impedir al desfavorecido que use lo único que le puede permitir progresar: inteligencia y esfuerzo. El rico, el poderoso, el "hijo de papá", aun siendo mediocre, tiene su vida resuelta. El pobre, el humilde, no puede permitirse el lujo de que el sistema, en nombre de un progresismo de plastilina, le iguale por debajo, le deje en el pelotón de los mediocres teniendo capacidad para no serlo.
Como dijo muy ingeniosamente un diputado refiriéndose a sus compañeros de partido:¡¡Al suelo, que vienen los nuestros!!
1 comentario:
Desgraciadamente es un sentimiento colectivo; yo también soy de izquierdas, pero muy desencantada.
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