En contra de lo que pudiera parecer, por el significante y por el significado, la palabra "adolescente" no tiene su origen en una derivación de la forma verbal castellana dolor/dolencia. Desde un punto de vista etimológico, el término "adolescente" deriva del participio presente del verbo latino "adolescere"; es decir, "adolescentem", el que está creciendo. Del mismo verbo, en forma de participio pasado, proviene el término "adulto"; "adultum", que ya ha crecido. Y conste que éste es latín "wikipedia", que del que me enseñaron en bachiller sólo me ha quedado el "rosa, rosae" y, si acaso, mi devoción por las letras, las de negro sobre blanco claro. Por cierto, la aclaración me ha hecho recordar aquella anécdota en la que alguien va al oculista quejándose de que se le juntaban las letras y éste le responde guasón: ¡Pues págalas, coño!. Y después de esta tontería, vayamos al asunto.
El primer amor, el descubrimiento del sexo, los primeros sorbos de libertad y algún atisbo de independencia rudimentaria son los primeros placeres de la adolescencia. La cara de la moneda. El primer desengaño amoroso, la represión indeseada del deseo y los límites impuestos por los adultos o las circunstancias, la cruz. ¡Y qué cruz!
Sí, lo han adivinado. Tengo un hijo adolescente. Es un chaval inteligente, despierto, buena gente y saca magníficas notas. Que yo sepa, y suelo estar pendiente, no frecuenta malas compañías, no fuma, no bebe pero.....Siempre hay un pero. Se ha vuelto irrespetuoso, irascible, protestón, ¡¡hasta dice que está deseando marcharse de casa!! Aviso: absténganse de enviarme correos masivos aquellos padres cuyos hijos cuarentones aún no han abandonado el nido, porque no es mérito mío. Ésas son las tonterías, o eso espero, que se dicen con 15 años, cuando todavía no saben el frío que hace ahí fuera.
No obstante, de todo eso, lo que más me preocupa es la falta de respeto. Puedo entender la rebeldía, el deseo de más libertad e independencia, su convicción permanente de que siempre lleva razón o su concepción maniquea de nuestra relación, en la que es fácil adivinar quién es siempre el malo de la película, pero me cuesta comprender y admitir su actitud irrespetuosa. Porque la falta de respeto impide la relación humana, el diálogo, la negociación en situaciones de conflicto, que a su edad son frecuentes e inevitables y, en definitiva, la admisión natural y voluntaria de la autoridad, lo que los juristas romanos llamaron la "auctoritas" en contraposición con la "potestas", tan imprescindible para la formación del "que está creciendo" como persona, del adolescentem.
Algunos padres, los que creemos en la cultura del esfuerzo y la necesidad de la existencia de límites, tenemos la sensación de que estamos sólos en esto, porque después salen a la calle y no ven esos mismos límites en la sociedad, en su entorno. Reciben constantemente el mensaje machacón de que no es preciso esforzarse. En el colegio, cuando se pasa de curso aunque las suspendas todas. En la televisión, cuando ven que hay futbolistas que ganan 1.000 millones al año sin sudar la camiseta o famosillos que cobran millones por ponerse a parir en público. En su pandilla, cuando sus amigos tienen "moto", móvil, ropa de marca, internet o consola de última generación aunque saquen malas notas. ¿Qué iluso puede pretender luchar contra todo esto y, simultáneamente, aspirar a mantener el cariño y el respeto de su hijo adolescente? Pues aquí hay dos. Como diría mi admirado Sabina en una de sus mejores canciones: "Que no se ocupe de ti el desamparo, que cada cena sea tu última cena, que ser valiente no salga tan caro, que ser cobarde no valga la pena".
P.D.: Sé que lo vas a leer y que, una vez más, vas a mover la cabeza diciendo "Éste sigue sin enterarse de nada y encima va aireándolo por ahí. ¡Qué vergüenza!". ¿Y qué le vamos a hacer?
2 comentarios:
Todo aquel que haya hecho el CAP (Curso de Adaptación Pedagógica) suele decir como norma general: "¡Vaya mierda de curso!, no se aprende 'ná', y encima cuesta 220 euros. ¡Vaya sablazo!". En cierto modo, no privo de razón a todo aquel que opine eso. Sin embargo, yo sí que he aprendido varias cosas en ese curso, que además pueden llegar a ser muy útiles de cara al enfrentamiento en clase con los alumnos. Una de las preguntas que se formulan a los adolescentes es la siguiente: "¿Qué queréis ser de mayores?" o "¿A qué os gustaría dedicaros?". Desgraciádamente el 80% de los alumnos se decanta por parcelas que tú has tocado: futbolista, cantante o concursante de Operación Triunfo, artista (muy curiosa esta 'profesión') o concursante del Gran Hermano para (textualmente) "pegá el pelotaso".
¿Qué quiero decir con todo ésto?, muy sencillo. Mi opinión es que, actualmente, como bien dices, los ejemplos o puntos de referencia 'públicos', podríamos decirlo así, han desaparecido. El 'mal ejemplo' campa a sus anchas por doquier, alcanzando a esos jóvenes adolescentes, que suelen vivir en un mundo apartado del infantil y del adulto, y como norma general, incomprendido por el resto de la sociedad, según, claro está, bajo el punto de vista de ellos mismos. Son incapaces de ver la realidad, pero a su vez, están aislados. Años atrás (no hace tanto), la posibilidad de relacionarse se ceñía únicamente a salir a la calle a jugar. Juegos como bailar un trompo, las canicas, el escondíte, liebre, el fútbol, todo ello ha desaparecido. Yo no quedaba con un amigo para jugar, yo iba a su casa y le 'pegaba' una voz, si estaba bajaba y jugábamos. Ahora se queda por móvil a una hora, si no llegas, se vuelve a llamar. El adolescente tiene a su alcance todo tipo de comodidades, si quiere puede hablar con medio mundo sin salir de su cuarto, tan solo conectándose a Internet, incluso puede ver la televisión, pero todo ello, a su vez, lo hace estar más aislado. Ésto se condimenta con altas dosis de malas referencias externas, malos ejemplos que hacen que la rebeldía sea un resorte que salta al mínimo contacto, para que la 'injusticia' se convierta en la palabra más usada por el adolescente, tomándola como pendón de su cruzada, y siendo el eje de las críticas las figuras paternas, que se convierten de este modo, en la diana de su aversión.
Los adolescentes, paradígmas de la fortaleza y la individualidad, son, paradójicamente, uno de los puntos más debiles de esta sociedad, debido a su alta capacidad para ser persuadidos.
La pregunta que se debería formular a continuación es: ¿hasta donde llega la adolescencia?.
Un fuerte abrazo querido Tato.
Yo tengo también un hijo adolescente, y te comprendo perfectamente, lo que no entiendo es la diferencia abismal que hay entre su adolescencia y la mía, habiendo tan poca distancia, y el eterno problema de la falta de respeto.
Un abrazo.
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