La Junta de Andalucía va a tramitar un proyecto de ley que, según la Consejera de Presidencia e Igualdad, persigue "mayor exigencia y mayor equidad en la concesión de ayudas públicas porque si somos más justos podremos llegar a más personas que lo necesitan -o bajar impuestos, añado yo-, y que el mayor coste de la crisis no lo paguen sólo las clases medias trabajadoras". Y ha añadido que "tan importante es que los servicios públicos lleguen a quien los necesita, como que les lleguen sólo a quienes les corresponde". Peazo de frase, ¿que no? ¡Aaaaaaro...!
Si uno olvidara la trayectoria de este gobierno andaluz, sus comportamientos durante los últimos decenios repartiendo parabienes a diestro y siniestro a los de su cuerda, su sectarismo, sus corrupciones... Si uno olvidara todo eso, decía, haría palmas con las orejas tras esa declaración de intenciones de la señora Susana Díaz. Pero resulta que esa medida, entre otras, estará incluida en un proyecto de Ley ¡contra el fraude!. Menudo apellido para una ley que contiene medidas para que las ayudas públicas sean más justas. Porque, o las ayudas se han estado concediendo con criterios laxos pero dentro de la ley, en cuyo caso dónde está el fraude, o se han estado concediendo saltándose la ley, en cuyo caso no es necesario hacer una ley para castigar lo que ya es ilegal.
Habrá que concluir, pues, que lo que se pretende no es castigar una ilegalidad, sino acabar con un fraude moral demasiado evidente ya, corregir un derroche que en el pecado de muchos lleva la penitencia de los justos. Todos conocemos a gente bien situada a cuyos hijos se les han concedido becas, o a cuyos padres se les paga la dependencia. No es de recibo, por ejemplo, que no se tenga en cuenta la renta y el patrimonio de los hijos -y no sólo el del interesado-, para evaluar si alguien es merecedor de recibir la ayuda a la dependencia, probablemente la única ley decente que impulsó Zapatero. ¿Por qué los ciudadanos debemos ser más solidarios con el vecino desconocido y necesitado que sus propios hijos cuando éstos tienen posibles?
En fin, que bienvenida sea la equidad y el rigor cuando de ayudar a los más necesitados se trata, pero que no pretendan que les aplaudamos por intentar poner fin -ya lo veremos...-, a una indecencia, a esa fiesta permanente que han vivido muchos a costa de unos pocos con la complicidad de quienes ahora se arrancan la camisa con aspavientos e indignación impostada.
Si uno olvidara la trayectoria de este gobierno andaluz, sus comportamientos durante los últimos decenios repartiendo parabienes a diestro y siniestro a los de su cuerda, su sectarismo, sus corrupciones... Si uno olvidara todo eso, decía, haría palmas con las orejas tras esa declaración de intenciones de la señora Susana Díaz. Pero resulta que esa medida, entre otras, estará incluida en un proyecto de Ley ¡contra el fraude!. Menudo apellido para una ley que contiene medidas para que las ayudas públicas sean más justas. Porque, o las ayudas se han estado concediendo con criterios laxos pero dentro de la ley, en cuyo caso dónde está el fraude, o se han estado concediendo saltándose la ley, en cuyo caso no es necesario hacer una ley para castigar lo que ya es ilegal.
Habrá que concluir, pues, que lo que se pretende no es castigar una ilegalidad, sino acabar con un fraude moral demasiado evidente ya, corregir un derroche que en el pecado de muchos lleva la penitencia de los justos. Todos conocemos a gente bien situada a cuyos hijos se les han concedido becas, o a cuyos padres se les paga la dependencia. No es de recibo, por ejemplo, que no se tenga en cuenta la renta y el patrimonio de los hijos -y no sólo el del interesado-, para evaluar si alguien es merecedor de recibir la ayuda a la dependencia, probablemente la única ley decente que impulsó Zapatero. ¿Por qué los ciudadanos debemos ser más solidarios con el vecino desconocido y necesitado que sus propios hijos cuando éstos tienen posibles?
En fin, que bienvenida sea la equidad y el rigor cuando de ayudar a los más necesitados se trata, pero que no pretendan que les aplaudamos por intentar poner fin -ya lo veremos...-, a una indecencia, a esa fiesta permanente que han vivido muchos a costa de unos pocos con la complicidad de quienes ahora se arrancan la camisa con aspavientos e indignación impostada.
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