Ayer me contaba una persona muy cercana -tanto, que por las noches me da codazos para que deje de roncar-, una escena que presenció por la mañana y que ilustra muy bien lo que ayer escribí. Resulta que ella suele comprar la fruta y la verdura en una frutería de las de siempre, y que el frutero, al que conoce desde hace muchos años, tiene una empleada.
Mientras ojeaba el género, llegó una chavala para ofrecerle a Manolo el frutero un curso de formación para su empleada, subvencionado por la Junta de Andalucía. El frutero le preguntó si era de esos cursos en los que regalan una tablet, y que si era así, que sí, que él le firmaba todos los papeles como si hubiera realizado el curso, pero que desde luego, su empleada no iba a asistir, que él sólo quería la tablet.
Esa persona cercana que me da codazos por la noche -y otras cosas más agradables cuando me lo merezco-, levantó la vista del cajón de kiwis y se encaró indignada con Manolo, recriminándole su actitud y su desvergüenza, a lo que éste le respondió que, para que se lo lleven crudo los de arriba, que al menos a él le toque algo.
No parece, pues, que sean los políticos quienes son el reflejo de una sociedad corrupta, sino más bien al contrario. No recuerdo yo haberle escuchado a ninguno de ellos, cuando les trincan con el carrito de los helados, argumentar que, para que se lo lleve crudo Manolo el frutero, mejor se lo llevan ellos.
El frutero muestra al menos algún vestigio de remordimiento cuando se preocupa de buscar una coartada en el mal ejemplo de quienes debieran ser ejemplares, aunque sólo sea para encontrar algún alivio moral a su mezquino comportamiento. El político trincón y vividor ni siquiera piensa que deba necesitar coartada. Salvo el señor Gracia, que como su tocayo el frutero, se refugia en la inmoralidad ajena para justificar la propia, como si ser exquisitamente ejemplar no debiera ser un requisito imprescindible para representar al pueblo, para hablar y actuar en su nombre.
Mientras ojeaba el género, llegó una chavala para ofrecerle a Manolo el frutero un curso de formación para su empleada, subvencionado por la Junta de Andalucía. El frutero le preguntó si era de esos cursos en los que regalan una tablet, y que si era así, que sí, que él le firmaba todos los papeles como si hubiera realizado el curso, pero que desde luego, su empleada no iba a asistir, que él sólo quería la tablet.
Esa persona cercana que me da codazos por la noche -y otras cosas más agradables cuando me lo merezco-, levantó la vista del cajón de kiwis y se encaró indignada con Manolo, recriminándole su actitud y su desvergüenza, a lo que éste le respondió que, para que se lo lleven crudo los de arriba, que al menos a él le toque algo.
No parece, pues, que sean los políticos quienes son el reflejo de una sociedad corrupta, sino más bien al contrario. No recuerdo yo haberle escuchado a ninguno de ellos, cuando les trincan con el carrito de los helados, argumentar que, para que se lo lleve crudo Manolo el frutero, mejor se lo llevan ellos.
El frutero muestra al menos algún vestigio de remordimiento cuando se preocupa de buscar una coartada en el mal ejemplo de quienes debieran ser ejemplares, aunque sólo sea para encontrar algún alivio moral a su mezquino comportamiento. El político trincón y vividor ni siquiera piensa que deba necesitar coartada. Salvo el señor Gracia, que como su tocayo el frutero, se refugia en la inmoralidad ajena para justificar la propia, como si ser exquisitamente ejemplar no debiera ser un requisito imprescindible para representar al pueblo, para hablar y actuar en su nombre.
2 comentarios:
Esa es una cuestión que me planteo con mucha frecuencia: si la corrupción es un mal político o de toda la sociedad. Y cada vez ando más convencido de que abunda más entre los políticos. En los lugares donde he trabajado he visto solo honradez y trabajo.
Y un beso en la mano a quien le da esos pertinentes codazos.
Yo ando igual de convencido que tú, querido Jesús. No hay duda de que en la sociedad hay corrupción, pero no es de recibo que quienes debieran exigirse a sí mismos un plus ético respecto del común de los mortales, pretendan escurrir el bulto de manera tan vergonzante.
Además, no me cuadra a mí el sentido de la causalidad que tan interesadamente apunta el señor presidente del Parlamento. Aunque sólo sea porque su actitud rezuma desvergüenza y cobardía. A diferencia de él, el otro Manolo, el frutero, tiene la convicción de robar a un ladrón, le mueve más la indignación que la codicia, y se levanta todos los días a las 4 de la mañana para traernos frutas y verduras frescas a los vecinos del barrio. Y aunque sólo sea por esto último, ya es más digno que quien se refugia en las miserias ajenas para justificar las suyas propias.
Besaré de tu parte la mano de la dueña del codo.
Un abrazo
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