Para ser ministro debería ser imprescindible una dotación de sentido común suficiente y demostrada. No obstante, la historia reciente de nuestro país está plagada de ministros mediocres a los que el sentido común había que suponérselo, hasta que abrían la boca tres veces y la presunta existencia de esa escasa cualidad se convertía en certeza de su ausencia.
El ínclito Bermejo, ése de cara avinagrada e ínfulas de intelectual, acaba de decir que si se dan las condiciones hay que dialogar con los terroristas. Como él forma parte del gobierno y nadie le ha desautorizado hasta ahora, se supone que ese guiño obsceno a los asesinos es compartido, cuando no impulsado, por nuestro presidente.
Si ya me parece grave la simple concesión del diálogo a delincuentes para negociar las condiciones en que van a dejar de delinquir, que dos meses después de que estos asesinos le hayan hecho un corte de mangas a nuestro gobierno y por extensión a todos nosotros, se esté hablando ya de condiciones para el diálogo, me parece simplemente dramático.
Ofrecer a unos asesinos la esperanza de que cuando dejen de matar podrán volver a retomar la negociación, es transmitirles que el terror es un camino adecuado para ser escuchado. Nunca se han dado ni se van a dar las condiciones para el diálogo, porque prestar oídos a quienes matan no puede ser moneda de cambio.
La rendición y la entrega de las armas, con vencedores y vencidos. Ese sería el único escenario válido, la única condición que permitiría un cierto diálogo, heredero de la generosidad de la sociedad y no del chantaje.