Como decíamos ayer, a los empresarios, a los malos empresarios, no les gusta el libre mercado. Y por eso a mí me encanta.
La Comisión Nacional de la Competencia (CNC) ha impuesto multas millonarias a un cártel -vamos, a una panda de mafiosos que se dedicaban a amañar el mercado para repartirse los cromos-, que fabricaba sobres. No tengo noticia de que Bárcenas sea socio de ninguna de esas empresas, pero no es descartable.
El expediente sancionador tiene 341 páginas, pero en uno de los blog de la pizarra que hay al fondo de la taberna a la izquierda se lo han leído y nos lo ofrecen debidamente masticado para que podamos digerirlo sin que se nos indigeste. De todas formas, resulta interesante echarle un vistazo a los ingredientes originales.
Para que vean ustedes lo caros que nos salen a los ciudadanos, a los consumidores, los mercados intervenidos. Mayores precios, freno a la innovación, tamaños no óptimos de las empresas, menores cantidades intercambiadas en el mercado, menos puestos de trabajo, enriquecimiento injusto de una de las partes... Y por si alguien lo ha pensado, no, la CNC no interviene el mercado, lo regula. O al menos lo intenta a pesar de los escasos recursos de los que dispone. Porque no sólo no es lo mismo intervenir -o sea, distorsionar el mercado para que no sea libre-, que regular -o sea, vigilar para que se respeten las reglas del libre mercado-, sino que pretenden exactamente lo contrario.
Y si está tan claro, ¿por qué los gobiernos no impulsan la regulación en lugar de la intervención en los mercados? Porque la libertad difumina el poder y el intervencionismo manipula la libertad y concentra el poder en unas pocas manos: políticos, sindicatos, grandes empresarios y banqueros...
Por ello, el libre mercado debería ser defendido con vehemencia por quienes aspiramos a la igualdad de oportunidades, aspiración que debiera ser el fin último de la izquierda.
La Comisión Nacional de la Competencia (CNC) ha impuesto multas millonarias a un cártel -vamos, a una panda de mafiosos que se dedicaban a amañar el mercado para repartirse los cromos-, que fabricaba sobres. No tengo noticia de que Bárcenas sea socio de ninguna de esas empresas, pero no es descartable.
El expediente sancionador tiene 341 páginas, pero en uno de los blog de la pizarra que hay al fondo de la taberna a la izquierda se lo han leído y nos lo ofrecen debidamente masticado para que podamos digerirlo sin que se nos indigeste. De todas formas, resulta interesante echarle un vistazo a los ingredientes originales.
Para que vean ustedes lo caros que nos salen a los ciudadanos, a los consumidores, los mercados intervenidos. Mayores precios, freno a la innovación, tamaños no óptimos de las empresas, menores cantidades intercambiadas en el mercado, menos puestos de trabajo, enriquecimiento injusto de una de las partes... Y por si alguien lo ha pensado, no, la CNC no interviene el mercado, lo regula. O al menos lo intenta a pesar de los escasos recursos de los que dispone. Porque no sólo no es lo mismo intervenir -o sea, distorsionar el mercado para que no sea libre-, que regular -o sea, vigilar para que se respeten las reglas del libre mercado-, sino que pretenden exactamente lo contrario.
Y si está tan claro, ¿por qué los gobiernos no impulsan la regulación en lugar de la intervención en los mercados? Porque la libertad difumina el poder y el intervencionismo manipula la libertad y concentra el poder en unas pocas manos: políticos, sindicatos, grandes empresarios y banqueros...
Por ello, el libre mercado debería ser defendido con vehemencia por quienes aspiramos a la igualdad de oportunidades, aspiración que debiera ser el fin último de la izquierda.
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