A finales de los noventa, los países de la eurozona deciden adoptar la moneda única, con sus ventajas y sus inconvenientes. Por aquel entonces, muchos economistas dudaron del éxito de ese experimento, fundamentalmente por las enormes diferencias entre las economías y las disciplinas fiscales de los distintos países. En el periodo 1986-2006, España recibió de Europa casi 120.000 millones de euros -¡¡más de 20 billones de pesetas!!-, que fueron pagados por los países más ricos de la Unión Europea. Los mismos países que confiaron en que todo ese dinero sería utilizado por países como España, Grecia, Irlanda o Portugal para adaptar su economía y disciplinarse, y que han empezado a hartarse de arrimar el hombro.
El Pacto del Euro no es más que la consecuencia de esa continua indisciplina. Es posible que quienes abogan por no respetarlo hayan olvidado -o no sepan, lo que es aún peor-, que a Grecia se le está dando dinero de todos los ciudadanos europeos procedente del fondo de rescate, en el que participa España con 53.000 millones de euros que se ampliarán próximamente hasta los 84.000 millones. Renunciar al Pacto del Euro -o a otro tipo de medidas disciplinarias similares- implica prestar nuestro dinero a países que llevan décadas de fiesta, para que sigan de fiesta; significa prestarles nuestro dinero, el de los contribuyentes españoles, sin exigir medidas que garanticen su devolución. ¿Estamos dispuestos a eso? Pues los alemanes y los que prestan su dinero tampoco. Y tampoco lo estarán si algún día nos toca a nosotros ser Grecia. No seamos cínicos.
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