viernes, 21 de marzo de 2014

De lo mínimo y otras grandezas...

De las muchas definiciones, reflexiones, análisis, consejos, opiniones,... que he leído sobre lo que debe ser un microrrelato, este decálogo me parece especialmente interesante. Y no sólo porque orienta bastante bien a quienes quieran iniciarse en este fascinante género literario como autor, que también, sino fundamentalmente porque aporta una buena perspectiva a quienes se inician en su lectura.

Se trata de un género relativamente moderno -algunos ni siquiera lo consideran género-, y que contiene unas claves de lectura que no son las habituales. Todos sabemos leer una novela. O creemos saberlo. Pero a quienes se enfrentan por primera vez a la lectura de un microrrelato, en el mejor de los casos, les suele crear una cierta desazón no terminar de captar el fondo, e incluso la forma, de lo que su autor quiere transmitir. Y en el peor, pasan por encima de él pensando en lo a gusto que se habrá quedado su autor escribiendo tamaña chorrada.

Es cierto que hay verdaderos bodrios de microrrelatos circulando por ahí. Y que además son muy abundantes. Es lógico. Resulta infinitamente más fácil escribir un mal micro que una mala novela, aunque sólo sea porque esta última requiere al menos el esfuerzo de escribir más de un centenar de folios. Para encontrar un micro verdaderamente brillante, es necesario -y yo añadiría que imprescindible-, leer decenas de ellos. Y de entre esas decenas, seguramente más de la mitad serán verdaderas chorradas, ocurrencias de barra de bar, malos chistes reconvertidos a pretendida literatura.

Pero cuando se encuentra una joya... ¡Ay, cuando se encuentra! Entonces es un pellizco en el estómago, una explosión, que compensa la lectura de tanta mediocridad. Y merece la pena estar preparado, entrenarse a conciencia, para reconocerla y no pasar por encima de ella como una más.

Y por eso he pensado que sería una buena idea traer aquí este decálogo:


    Un microcuento es una historia mínima que no necesita más que unas pocas líneas para ser contada, y no el resumen de un cuento más largo.

    Un microcuento no es una anécdota, ni una greguería, ni una ocurrencia. Como todos los relatos, el microcuento tiene planteamiento, nudo y desenlace y su objetivo es contar un cambio, cómo se resuelve el conflicto que se plantea en las primeras líneas.

    Habitualmente el periodo de tiempo que se cuente será pequeño. Es decir, no transcurrirá mucho tiempo entre el principio y el final de la historia.

    Conviene evitar la proliferación de personajes. Por lo general, para un microcuento tres personajes ya son multitud.

    El microcuento suele suceder en un solo escenario, dos a lo sumo. Son raros los microcuentos con escenarios múltiples.

    Para evitar alargarnos en la presentación y descripción de espacios y personajes, es aconsejable seleccionar bien los detalles con los que serán descritos. Un detalle bien elegido puede decirlo todo.

    Un microcuento es, sobre todo, un ejercicio de precisión en el contar y en el uso del lenguaje. Es muy importante seleccionar drásticamente lo que se cuenta (y también lo que no se cuenta), y encontrar las palabras justas que lo cuenten mejor. Por esta razón, en un microcuento el título es esencial: no ha de ser superfluo, es bueno que entre a formar parte de la historia y, con una extensión mínima, ha de desvelar algo importante.

    Pese a su reducida extensión y a lo mínimo del suceso que narran, los microcuentos suelen tener un significado de orden superior. Es decir cuentan algo muy pequeño, pero que tiene un significado muy grande.

    Es muy conveniente evitar las descripciones abstractas, las explicaciones, los juicios de valor y nunca hay que tratar de convencer al lector de lo que tiene que sentir. Contar cuentos es pintar con palabras, dibujar las escenas ante los ojos del lector para que este pueda conmoverse (o no) con ellas.

    Piensa distinto, no te conformes, huye de los tópicos. Uno no escribe (ni microcuentos ni nada) para contar lo que ya se ha dicho mil veces.



Ahora que ya intuyen al menos por dónde deben empezar a buscar la brillantez, ¿quieren ejemplos de esas joyas a las que aludía antes para que puedan empezar el entrenamiento, para que puedan iniciar la educación de su paladar? Pues echen un vistazo aquí o aquí.

Que les aproveche.


2 comentarios:

Dyhego dijo...

Ya lo decía aquél: lo bueno, si breve...
Salu2.

Er Tato dijo...

Pues no sé yo qué decirte, Dyhego... Un poco arriegada me parece a mí la generalización de ese refrán. ;-)

Saludos