Salió con esa sonrisa obligada de aparente soberbia, como intentando disimular la consciencia de su rotundo fracaso vital. A su alrededor, más sonrisas de compañía, como reconfortantes palmaditas de veneración en la espalda, casi fetichistas, de quienes en el fondo sólo se compadecen de su ingenuidad, de su simpleza, de su infantilidad. De quienes desean compartir la gloria de una guerrillera de cartón piedra sin mancharse las manos ni vaciar sus vidas. De indeseables como ella, aunque menos estúpidos y osados.
Durante todo este tiempo, su pueblo, ése por el que decía luchar sin que nadie decente se lo hubiera siquiera insinuado, se levantaba temprano para ir a trabajar, llevaba a sus hijos al colegio, celebraba cumpleaños, iba al cine o al teatro, lloraba de alegría por el nacimiento de un hijo, se entristecía serenamente por el abuelo que murió de puro viejo, organizaba barbacoas con familiares y amigos, viajaba a otras tierras, amaba, enfermaba, sanaba... En fin, vivía.
Mientras, a ella la vida se le había parado durante más de veintiséis años. Sólo le quedará probablemente la mitad de lo malvivido -ojalá que algo menos-, y se había desvivido por no vivirla ni dejar que otros lo hicieran. ¿Y todo para qué? Para que la inmensa mayoría de su pueblo la desprecie, para que algunas familias la odien profunda y merecidamente, para sentirse utilizada y vacía, para subirse a la misma vida, ahora algo más usada, de la que se bajó cuando apenas había cumplido los veintinueve, para salir al mismo paisaje que dejó el siglo pasado.
Sonreía, sí. Con esa sonrisa de nudo en la garganta, de vértigo ante la convicción de ser nadie y convertirse en nada dentro de poco. Pero al menos debía aparentar entereza ante su tribu. ¿Quién la abrazaría si no? ¿Quién le explicaría una y otra vez la grandeza de su estéril sacrificio? ¿Quién sino su clan la haría sentirse alguien al menos unas horas al día y durante algunas semanas? Porque sólo así podrá soportar las largas noches desnuda del disfraz de esa heroína que, ahora lo sabe, nunca fue.
Durante todo este tiempo, su pueblo, ése por el que decía luchar sin que nadie decente se lo hubiera siquiera insinuado, se levantaba temprano para ir a trabajar, llevaba a sus hijos al colegio, celebraba cumpleaños, iba al cine o al teatro, lloraba de alegría por el nacimiento de un hijo, se entristecía serenamente por el abuelo que murió de puro viejo, organizaba barbacoas con familiares y amigos, viajaba a otras tierras, amaba, enfermaba, sanaba... En fin, vivía.
Mientras, a ella la vida se le había parado durante más de veintiséis años. Sólo le quedará probablemente la mitad de lo malvivido -ojalá que algo menos-, y se había desvivido por no vivirla ni dejar que otros lo hicieran. ¿Y todo para qué? Para que la inmensa mayoría de su pueblo la desprecie, para que algunas familias la odien profunda y merecidamente, para sentirse utilizada y vacía, para subirse a la misma vida, ahora algo más usada, de la que se bajó cuando apenas había cumplido los veintinueve, para salir al mismo paisaje que dejó el siglo pasado.
Sonreía, sí. Con esa sonrisa de nudo en la garganta, de vértigo ante la convicción de ser nadie y convertirse en nada dentro de poco. Pero al menos debía aparentar entereza ante su tribu. ¿Quién la abrazaría si no? ¿Quién le explicaría una y otra vez la grandeza de su estéril sacrificio? ¿Quién sino su clan la haría sentirse alguien al menos unas horas al día y durante algunas semanas? Porque sólo así podrá soportar las largas noches desnuda del disfraz de esa heroína que, ahora lo sabe, nunca fue.
4 comentarios:
¡Ojalá la susodicha asesina en serie leyera ese mensaje!
¡Y ojalá yo me haya quedado corto en su angustia...!
Saludos
Oye, Tato, no esperarás que te felicite por tu penosa demostración de torpeza literaria...¡Ah, bueno...por eso!
Nunca nadie, con tus méritos y tu ideología, ha conseguido juntar dos palabras con cierto sentido artístico.
Yo nunca espero nada cuando escribo en mi blog, pero un comentario siempre es un comentario. Incluso los tuyos, a pesar de tus problemas de compresión lectora.
Muchas gracias por perder tu tiempo conmigo y seguir leyéndome, churrita.
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