Los chicos de Lipasam tienen juguete nuevo. Y no, no es una sopladora espacial, ni una escoba voladora, no. Es un compresor. Pero no uno de esos portátiles de los que compramos en el Lidl o el Carrefour para limpiar con agua a presión la mesa y las sillas del jardín, las persianas de la casa por fuera o la mierda de las palomas en la solería del patio -porque tenemos palomas, muchas palomas, una invasión de palomas que cagan como personas y zurean a coro por los tejados como monjes gregorianos cabreados-, no. Es un compresor gigante tamaño camión, con sus decenas de decibelios, su manguerita y su canesú. Y un señor enganchado a la manguera pasándoselo pipa a las 4 de la mañana. Sí, han leído bien. A las 4 de la mañana. Como diciendo, si yo no duermo, aquí no duerme ni el Tato.
En el verano de 2017 eran las sopladoras.
¿Recuerdan? En el verano de 2018 seguían siendo las sopladoras.
¿Vuelven a recordar? Y ahora un compresor gigante. Llegaba a mi puerta sobre las 4 de la mañana pegando bufidos. El agua a presión sobre el asfalto, el compresor a todo volumen, rezando para que pasen rápido ¡y se paran en mi puerta! ¡En mi puerta!
Resulta que el señor de la manguera había recibido una llamada al móvil.
¡Manué, cortaaaaaa!, le gritaba al que conducía el compresor con ruedas de camión. Y claro,
Manué no se enteraba con el puto compresor. Yo sí. Pero
Manué no.
¡Manué, corta coño!, le gritó echándole cojones al compresor. Y
Manué se enteró. Bueno, se enteró
Manué y las limpiadoras del aeropuerto. Y cortó el compresor. En mi puerta. A las 4 de la mañana. El de la manguera contestó al teléfono.
¿Cómo? ¿Que se han dejado una bolsa de basaura en Flor de Salvia? Pero esa no es nuestra zona..., venga, vale, hasta luego. Y todo esto al mismo volumen que si estuviera discutiendo con el compresor.
¡Manué, arranca! Y
Manué arrancó. Y empezaron a alejarse. Y yo daba gracias a Dios porque todavía podría intentar dormir un par de horitas más.
Pero a los veinte minutos otra vez los bufidos.
Manué montado en el compresor y el de la manguera haciendo esquí acuático detrás. Y pasando de nuevo por mi puerta. De vuelta. Resulta que, a pesar de que la manguera tiene longitud suficiente para limpiar las dos aceras -¿he dicho limpiar?, perdón, quería decir mover la mierda de sitio- desde un carril de la calle, prefieren dar dos pasadas, una de ida y otra de vuelta. Por si no te habían despertado a la ida, hacerlo a la vuelta. Y si te habían despertado a la ida, terminar de despabilarte a la vuelta. Y claro, ya no dormí más.
Muchas gracias señor alcalde. Muchas gracias por tener nuestras calles llenas de mierda sin que aparezca un solo barrendero durante meses y baldearlas en verano a las 4 de la mañana; gracias por impedir el descanso nocturno de quienes tenemos que madrugar para ir a trabajar y poder pagar los impuestos municipales con los que pagamos su sueldo, el de
Manué y el compresor gigante; gracias por ciscarse en su propia ordenanza sobre ruidos; gracias por no podar las
puñeteras tipuanas ni cuidar las zonas ajardinadas de mi barrio; gracias por ignorar nuestras denuncias sobre la sobrepoblación de palomas. Gracias por todo, señor alcalde.
En definitiva, que acabo de volver de vacaciones y ya estoy muerto de sueño. ¡Ah!, el vídeo que les dejo por aquí es el del paseo de vuelta porque en el de ida no me dio tiempo de bajar a por el móvil. Venga, ríanse ustedes con la entrada porque lo que es a mí, maldita la gracia que me hace.